Ayer cerré un ciclo de difícil de completar y de casi imposible repetición en el futuro, hecho insólito, al menos para mi. Asistí, esta vez en el cine y en Valencia a la misma obra vista sólo 5 días antes en el vivo y en Nueva York.
Y la experiencia es muy interesante, curiosa y llena de contrastes.
Lo primero que debo decir alto y claro es qu como el vivo en el teatro no hay nada. La experiencia es mucho mejor, más intensa, más emocionante. Y la música se oye distinta, puede que no se aprecien algunos detalles pero todo entra directamente, sin filtros. Y verse, en el cine, se ve muy bien, muchos primeros planos, muchos gestos, detalles insignificantes, pero el directo tiene la visión global, no la parcial, y el espectáculo entra abrumador, sin reposo, sin dejar tiempo a otra cosa que no sea sentir el impacto. Uno en la quiniela a años luz del empate.
Es como ver un partido de fútbol en el estadio o en la tele, nada que ver, dos animales distintos.
Vistas las dos, las diferencias y similitudes fueron, en mi opinión, las siguientes:
- Habiendo asumido el riesgo de cronicar lo que luego iba a ser visto por cientos de miles de millones de espectadores, me mantengo en lo escrito, casi al cien por cien y las diferencias fundamentales vienen por las que hay siempre entre función y función. Y si alguien me dice lo contrario con decir eso de: ¿Pero tú estuviste ahí, porque yo no te vi?, arreglao.
- El tráfico en Nueva York es mucho peor que en Valencia.
- La gente acude al Met mucho más arreglada que a los Yelmo de Valencia.
- La puesta en escena se ve de forma completamente distinta. Lo que me pareció pobre y mal iluminado en vivo, en la tele se ve hasta complejo y suntuoso. Se ven detalles imposibles de ver en directo, como el caramelo que le da la madre de las niñas a Olga y que luego le pasa a Tatiana, que es de los de menta, estrellado, blanco y rojo, que sólo se encuentran en USA y que los tienen, a granel, en todos los restaurantes. ¡Cómo diablos llega a Larin y en esa época!. O la falta de amor de Stefan Kocán al profident, su piñata grisácea no deslumbra, precisamente, al espectador. Cierto es que también se ven muchos detalles inadvertidos y bonitos, y sobre todo las expresiones faciales, en las que se puede, por ejemplo, acreditar el pedazo de actriz, no sólo de cantante, que es Larissa Diadkova. Pero se pierde completamente la visión de conjunto que pretende dar el regista, por lo que pongo una equis.
- La orquesta estuvo mejor en el cine, pero sobretodo porque ese clon de Dudamel llamado Robin Ticciati lo hizo mucho mejor que cover Joel Revzen. No tengo más que ir a como concertó el precioso final del primer cuadro del segundo acto. Robin emocionó y Joel desordenó.
- La Netrebko enorme siempre.
- La Maximova floja las dos veces aunque en el cine se le oye mucho más.
- Dolgov y Kocán también me parecieron más de lo mismo que ya escribí.
- Mattei me gustó más en el cine, porque aunque me ratifico en lo escrito, me pareció que la frialdad que le vi en el directo puede ser calculada, por lo pichafria del personaje.
- El cine me reforzó lo extraordinaria que es Larissa Diadkova. Me quito el sombrero y me inclino en profunda reverencia.
- A Elena Zaremba, también se le oyó mucho más en el cine.
- En el cine se pueden comer palomitas, sorber cocacola y echarse una siesta más cómodo. Si uno tiene un apretón puede ausentarse y volver y la entrada es mucho más barata, pero, aunque es una opción muy buena de disfrutar de nuestra pasión operística, nada que ver con el vivo en el teatro.
- En el Met estuve sólo, somnoliento por el cambio de horario y tirado como una colilla. En los Yelmo estuve con el gran Radamés, Capo di tutto capi en los Yelmo valencianos, dónde le conocen hasta las palomitas. Un dos en la quiniela.
Saludos
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