Ha sido la primera vez en mi ya larga vida que he presenciado esta obra en vivo...sólo la conocía de escuchar la grabación de Solti y el reciente video de París, ambas en youtube. Sabía a lo que iba, y con interés, pues este tipo de obras son de las que hay que escuchar en vivo, sí o sí, para poder llegar a apreciarlas en su justa medida. Y voy a ser breve...
1. Jamás escucho música dodecafónica fuera de salas de concierto. Me aburre soberanamente. 2. La partitura de esta obra me pareció ayer en el Real un monstruo musical, en el mejor sentido de la palabra. Simplemente ACOJONANTE!!!! Hay varias obras del siglo XX que también me lo parecen, y ésta, sin lugar a dudas, es uan de ellas. 3. La puesta en escena es, cuanto menos, realmente espectacular, muy trabajada y meditada y que expresa a las mil maravillas la complicadísima ideología y simbología que el libreto tiene. Está claro que el autor quiso trascender, y mucho, el mero relato bíblico. Una amiga forera me comentó a la salida: " Yo esperaba a Charlton Heston con las tablas de la ley". Está claro que lo que menos pretendía Schönberg era hacer un peplum! Más bien, tomando como base el espeluznante relato bíblico, realiza una apabullante y estremecedora parábola (con todo el sentido evangélico) sobre la cruda condición humana que trasciende el espacio, el tiempo y todas las culturas, lenguas y naciones. Shakespeare tiene mucho que decir al respecto: la ambición, la traición, los celos, la ingratitud, las pasiones de todo tipo, en suma. El bombardeo sofocante de las palabras que por miles se suceden a velocidad de vértigo sobre la cortinilla, precisamente persiguen este objetivo, además de conseguir otros, como obligarte a apartar la vista ante la incapacidad de poderlas leer todas! Palabras, por miles, frente a hechos...palabras que expresan cosas, ideas, actitudes, condiciones, motivaciones que aglutinan lo que el homo sapiens sapiens es y puede llegar a ser y a hacer, si se desenfrena ante la falta de un icono, una imagen tangible, como los israelitas lo hicieron en el desierto cuando su líder espiritual, su referente moral, su único guía en su largo y penoso peregrinar en ese desierto (tan acertadamente representado en el primer acto por ese blanco níveo que impregna toda la escena de manera obsesiva), sube al monte Sinaí y los "abandona" temporalmente....creando una horrible incertidumbre y desasosiego en sus corazones que ocasiona la creación de ese becerro dorado, otro símbolo más en esta historia que plasma, como un totem tribal, lo más bajo y ruín, así como lo más primitivo e incontrolado e incontrolable, de la naturaleza humana. El segundo acto, en el que todo esto se expresa, es, si cabe, aún más terrorífico y nihilista...el autor nos conduce de la mano férrea y sin tregua de esa música desconcertante y estremecedora directamente al infierno. Sí, un Orfeo incapaz de recuperar su estado virginal y puro primigenio, que queda sumido en el abismo insondable de la sordidez y la oscuridad plenas: sin palabra no hay nada, solo el caos! : "Oh palabra, la palabra que me falta", exclama Moisés al acabar. Pena que Schönberg no pudiese terminar su obra! 4. Otro cantar, y nunca mejor dicho, son las intervenciones vocales de los dos protagonistas. John Graham-Hall(mismo que en las representaciones parisinas) resultó un tenor corto para este papelón, no solo por lo ingrato de la partitura, sino por falta de volumen y empaque. Para hacerse oír bien por encima de esa orquesta se necesitan más decibelios, y yo estaba cerca del escenario! Es verdad que le puso empeño en lo actorial, pero flojo en lo demás. Albert Dohmen como Moisés cuenta con más volumen y empuje, si bien se quedó corto en la actuación y énfasis deseable en tantas ocasiones...sólo comparar la escena final con la actuación de Thomas Johannes Mayer en París y se entenderá lo que intento decir. 5. El coro, juntamente con la orquesta, son los grandes protagonistas de la obra, y, desde luego, pueden felicitarse, porque estuvieron a gran altura en conjunto. 6. La orquesta sonó en estado de gracia, y todo ello gracias a Lothar Koenigs, al que tenía en un ángulo de visión envidiable desde el palco de platea, y que se entregó hasta la extenuación y que demostró no solo conocer profundamente la partitura, sino amarla. Bravo al director y la orquesta...una vez más se puede comprobar que en manos de un buen director, la orquesta puede transfigurarse 7. y...el toro! Anecdótica su intervención, dado que con uno de atrezzo habría sido suficiente, pero que logró atraer grandemente la atención del respetable ! jajaja! Lo que no sé es cómo se portó tan educadamente y no se unió a la orgía carnal...sobre todo cuando lo rociaron con chapapote! Esa sí que es paciencia y no la del santo Job!.
Si alguien está dudando en ir a ver la obra, mi recomendación clara es: No se la pierdan!
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