Buen trabajo.
Hace unas horas estuve en la función del día 9, y tuve suerte porque por muchas razones creí que me iba a quedar sin verla. Meses después de haber visto el vídeo de las funciones exitosas de París llega a nuestro Real esta producción de una de las óperas más importantes del siglo XX. A juzgar por el aforo que cubría la sala y los aplausos finales puede decirse que la obra fue bien acogida, pese a su dificultad.
Y quizá el prestigio de la producción de Romeo Castellucci haya tenido que ver. Indudablemente era el gran reclamo de estas funciones. Si bien estaba muy entusiasmado cuando a vi en video, ahora reconozco que quizá pierda un poco la magia en vivo, aunque no niego su buen hacer.
Cuando el maestro entra en escena, se apagan todas las luces del aforo. Entonces se ilumina gradualmente la bambalina y vemos a Moisés tumbado en el suelo, mientras una cámara (¿de una película de cine?) desciende lentamente hasta una altura media mientras la cinta se sale de la cámara y llega a Moisés, despertándole. Entonces empieza el la obra y la revelación de la zarza ardiente (y ya vemos al famoso toro, el cual parecía un poco inquieto en su vitrina y por tanto llegándome a preocupar por si empezaba a alborotarse, detrás en una urna). A partir del encuentro con Aarón la bambalina se esclarece hasta lograr una iluminación difusa y en el escenario vemos a Moisés y Aarón primero enfrentandose dialécticamente y luego al pueblo vestido con hábitos blancos. Y así ellos mismos se difuminan con el fondo. Es un efecto maravillosamente logrado. En esta ocasión se tradujeron al castellano las palabras superpuestas unas a otras que ya parecían una distracción en el vídeo de París : primero mundanas (agua, porno, amor, put*s, fútbol, ansiedad), pero luego se iban acomodando a la acción (tipos de serpientes cuando Moisés convierte su cayado en serpiente o nombres de ríos cuando el Nilo va a abrirse). Durante el primer acto la iluminación cambia de varias tonalidades oscuras siempre en su carácter difusorio. La serpiente es un enorme aparato científico - médico. También está muy bien trabajado el cambio de agua con sangre.
Castellucci pretende mostrar cómo los hermanos, sobretodo Aarón, convencen al pueblo con prodigios para seguir a Dios de manera incontestable. Y pretende recrearlo de una manera moderna al convertirlos en experimentos científicos. Pero también la superposición de palabras refleja la diversidad de opiniones del pueblo aunque su necesidad sea una: seguir a un líder, ya sea espiritual (Dios), como físico ( Moisés).
El final del primer acto termina con el pueblo quitándose sus capas blancas mientras la separación de aguas del Nilo parece estar representada por un levantamiento leve del decorado y ver cuerpos desnudos en movimiento (¿el ejército o el pueblo egipcio ahogándose en el río? ¿o el subconsciente del pueblo que bajo una mística necesidad yace una pasión irrefrenable que anticipa la orgía del acto segundo?) y el escenario oscureciéndose del todo a la vez que cae una mujer desnuda. Entonces se oscurece el escenario y mientras éste se despoja se van contando del 1 al 40 los días transcurridos. Entonces empieza el precioso interludio para coro hasta que al acabar se levanta tras una brevísima pausa la bambalina para dar paso al segundo acto.
Éste nos presenta un decorado desnudo. El libreto nos cuenta la desesperación por la ausencia de Moisés y la necesidad del pueblo de un líder y una apariencia de Dios. Aarón se ve obligado a humillarse, embadurnarse de petróleo, y convertirse en el oficiante del culto a una nueva imagen. El pueblo ha dejado la razón adoctrinada de una divinidad única, irrepresentable e incontestable, a una pasión que requiere una imagen a la que rendir culto con el frenesí orgiástico que en teoría da la falta de un orden. El escenario es embadurnado de petróleo, el coro- pueblo se abandona a esa ambición por la riqueza, el bien material. Es en este momento cuando el toro sale a escena y es paseado tranquilamente por el escenario (y no pudiendo reprimir su necesidad de defecar un poco ¿estaba previsto?). Es adorado, embadurnado... mientras vemos al pueblo primero danzar y luego hundirse en la piscina, que equivale un sacrificio o un abandono a la nada; porque al entrar blancos y salir tiznados ¿parecen haber perdido la inocencia? ¿o se han revelado contra un dios inaccesible y adoctrinante?
Finalmente Aarón aparece cubierto por la cinta de la revelación y con máscara africana, como un sacerdote tribal ¿que pretende sacar el aspecto primario del pueblo? mientras se alzan imágenes del Sinaí al fondo del escenario. De poco sirve ya el paroxismo porque Moisés aparece triunfante con dos cuernos de toro que quizá se trate del triunfo del Dios inexpresable que ha fulminado al toro que representa la idolatría visible y falsa. Empieza el diálogo final entre los dos hermanos, que termina con la caída de la noche ,y además estrellada, que desmorona el decorado del Sinaí. Pero nada es como antes: Aarón está convencido de que el pueblo elegido necesita un referente del Dios que lo guiará a la gloria por lo que quizá piense que esta orgía ha sido en el fondo necesaria. El pueblo vuelve a su estado inicial de sumisión absoluta y ausente de crítica que acepta un dios irrepresentable, omnipotente y omnipresente, sí; pero Moisés ha sido derrotado, devorado por su falta de don de gentes, por su timidez y su incapacidad para hacer efectiva su imagen de Dios porque no ha podido evitar el frenesí.
La obra no es fácil en absoluto, y fue creada en un momento en que la historia de Europa, de Alemania era como el pueblo hebreo de la biblia: necesitaba algo a lo que aferrarse entre tanta pobreza. Pero si dejamos de lado el contexto histórico, vemos un Moisés humano e intemporal. No solo es el líder elegido y legendario de la Biblia, sino un hombre inteligente que tiene a su cargo una empresa prácticamente imposible: sacar a un pueblo de la opresión y llevarlo por la senda de la tierra prometida. Y ese pueblo tampoco tiene época: porque no quiere palabras ni ideas que no entiende, sino hechos y muestras de poder que les de seguridad. La historia de la humanidad.
Este texto profundísimo y apasionante se mide en pulso con una partitura explosiva que es capaz de resaltar la ansiedad de Moisés y los estados de ánimo del coro. No le falta razón a quien la definió como una gran sinfonía; y al que dijo que está entre ópera y oratorio. El primer acto es cada vez más espectacular en el trato de la orquesta y el coro, ya que una y otra tienen que expresar el momento crítico e importante que es el Éxodo desde Egipto. Termina dejando al espectador atónito, con tanta grandilocuencia instrumental. El segundo acto es el más colorista y sensual en su primera mitad (me encanta en determinado momento un pasaje danzante de xilófono) y termina con la ansiedad primero del pueblo y luego de Moisés, con ese inolvidable final de violines que llega a cotas extremas de agudez: la derrota de Moisés.
Musicalmente hablando, esta versión ha sido muy buena pero es claramente inferior a la versión concierto de hace cuatro años. En 2012, Sylvain Cambreling con una orquesta alemana y unos Grundheber y Conrad como los hermanos protagonistas en estado de absoluta gracia interpretaron la mejor versión de esta obra de los últimos quince años.
Lothar Koenigs es un maestro genial y conoce la partitura muy bien. Además sabe hacer trabajar a la orquesta, que fue de menos a más, y logrando un excelente desempeño de cuerdas en el acto segundo. Aunque la orquesta no estuvo al nivel del Parsifal con Bychkov hace dos meses, hizo un buen trabajo. Excelente la percusión y el viento metal. También dirigió la obra a unos tempi adecuados, rápido en el acto segundo, profundo primer acto si bien algo más flojo al principio. Y maravilloso el final, donde las cuerdas lograron transmitir la frustración de Moisés con un volumen intenso y brillante; como pocas veces se ha visto.
Albert Dohmen recitó bien a Moisés e incluso lo cantó a veces, pero tampoco me pareció estratosférico como Grundheber o incluso tan expresivo como Thomas Mayer en París (que con una voz más pobre es expresivo como pocos barítonos germanos en la actualidad). En el principio y el final sonó grave, pero convenientemente grave.
John Graham-Hall está mejor en vivo que en vídeo, y la voz se dejaba oir aunque a veces un poco vibrante. Por momentos parecía cansado pero supo también cumplir con la inmensa carga actoral del personaje. Muy destacable en todo el primer acto y en el final.
El resto de comprimarios estuvieron decentes, pero también por debajo del reparto de 2012. La veterana Catherine Wyn-Rogers hizo una correcta mujer inválida, Andreas Hörl como sacerdote cumplió pero pesaba sobre él la sombra del todopoderoso Friedermann Röhlig en el mismo personaje, y con un volumen preocupantemente escaso el joven desnudo de Michael Pflumm, que apenas se dejaba oír. Interesantes las vírgenes, con el buen hacer de Julie Davis al frente de ellas.
El coro fue lo mejor de la velada. Espectacular en todas sus intervenciones, y escalofriante en sus líneas de sprechgesang. Lo ha preparado muy bien y realmente tenemos motivos para estar muy orgullosos de esta formación que siempre actúa con nota.
Esta producción era necesaria. Bastante tiempo había pasado para que se estrenase escénicamente esta obra capital de la ópera del siglo XX. Necesaria para que se presentase con todos los honores en un escenario lírico español aún cuando la sombra de la versión concierto de hace cuatro años es larga, necesaria para que el gran público pueda disfrutar plenamente de una obra complicada pero apasionante.
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