Ópera de cámara en teatro pequeño de compositor presente en la representación y duración física reducida (no psíquica).
Es una ópera para 10 instrumentos (con glockenspiel, contrabajo y contrafagot como rarezas) que se representó con una puesta en escena de Alexander Herold colorida y excelente que fue lo mejor de la noche.
Con el foso cubierto y ocupado por el escenario y la orquesta al fondo del mismo se jugó con un Mondrian amplificado con proyecciones muy interesantes. Yo aprovecharía la puesta en escena para obras posteriores ya que tanto vale para un Mozart como para un Janacek o un Mercadante. Muy lucida y colorista.
El vestuario de figurantes es la ropa que traen puesta de casa y para el cuarteto protagonista se juega con los colores básicos, again, de Mondrian. Hay un quinto personaje camaleónico y probablemente el más interesante, que comienza de Barman con chaquetilla mondrianesca a lo Chicote, pasa a ser el cazador Gracchus con melenas y barba desaliñada como concejal de nuevo cuño y termina de policía antidisturbios, en un papel de escasos 20 segundos, quizás para perseguir a su fisonomía de okupa anterior.
Es un raro placer poder charlar con el compositor antes de empezar la obra, ya que el querido Radamés (gran tipo!) y yo mismo le asaltamos reconociéndole por la foto del programa y le cosimos a preguntas impertinentes. No desvelaré el contenido ni las respuestas. Si diré tres cosas: Francisco Coll fue muy amable, debe preparar mejor respuestas para impresentables como nosotros y me fui con la impresión de que la mayoría de lo leído sobre el existencialismo, la soledad, la angustia y el sentido profundo de la obra nunca se le pasó por la cabeza. Le salió así, que luego ya vendrá gente ociosa para inventarse y complicar todo mucho con lecturas filo esnobistas difícilmente entendibles. El argumento del programa lo leí tres veces y no me enteré de nada.
Adjunto remito:
“En un espacio cualquiera, que ha de ser perfecto para beber alcohol, se dan cita varias personas -la Chica, la Mujer, el Hombre 1, el Hombre 2 y un Policía- a los que se suma el espectro del Cazador Gracchus.
En este entorno propicio a la comunicación más desinhibida, estos personajes interactúan y comparten pensamientos: el anhelo de la conquista de un fin que se sabe fuera de aquel entorno compartido -en forma de casa, de ciudad, de país, de mundo- es el principal de ellos.
De esta problemática existencial se desgajan otras, más particulares:
La invisibilidad individual en un mundo donde nadie hace daño, donde a nadie han herido; un mundo que es sólo un conjunto de seres-nadie, habitantes flotantes de un espacio onírico e incomunicado.
Un vacío vital que se imagina, por ejemplo, en París, donde las personas son sólo sus ropajes y sus casas sólo son sus vestíbulos.
El fin anhelado, y buscado, se halla prisionero entre el acto y el pensamiento; entre el miedo y el amor, un amor que ha sido apenas sustantivo vacío de uso y aplicación. La convicción en que la vida es una colección de temores en los que no solemos reparar, un conjunto de miedos que sólo la muerte conseguirá aplacar.
Mientras el diálogo entre los personajes vivos evoluciona por los conceptos expuestos, el Cazador Gracchus, el personaje muerto, será quien agote toda esperanza en la redención de la muerte: tras ella, el viaje en busca de un fin es de nuevo un recalar en un sinfín de puertos, un cruce constante de mares de la muerte sin alcanzar la playa del otro mundo.
Lo incomprensible permanece incomprensible por siempre, vayamos donde vayamos en busca de explicación.
Es mejor, mucho mejor, rendirse y permanecer uno a solas con su propio verdugo.”
La música, que siendo, para la mente obsoleta del que escribe, rara, no es desagradable y puede tener un cierto interés. Ahora bien, el libreto se lo carga todo. No hay sentido, ni hilo argumental, ni tensión, ni emoción, ni nada.
Claro, tenemos la excusa de que es Kafkiano.
Pero es un conjunto de despropósitos que le hace un flaco favor a la música, ya que se anda tan perdido que no se sabe de qué va. Sólo sé que el contratenor toma chupitos de orujo y que hablan de un cuñado.
Y claro, uno se pierde, se aburre y los cuarenta minutos se hacen larguísimos. Se hace más corto Parsifal con sus cinco horas y pico.
Sobre la orquesta y las voces ni pajolera idea. Me siento incapaz de valorarlo y emocionarme, no me emocionó.
Sólo decir que he leído que afinaban bien y no sé cómo se puede saber eso con los gritos y alaridos destemplados preponderantes. En una obra de estas lo bueno y lo malos es que no se sabe si el tempo era correcto o no, si las notas eran afinadas o calantes, etc… El legato, las dinámicas, las agilidades, etc.., son conceptos ajenos a esta música. O al menos yo soy incapaz de leerlos. Y como ya se ha comentado en Moses und Aaron es imposible silbar o tatarear 10 segundos de obra. Ya no digo recordar un fragmento. Y Coll aún no es Schonberg.
En fin, como el compositor fue agradable y es paisano, démosle un debe mejorar.
Saludos
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