Sin duda alguna Lohengrin tiene su plaza, su lugar, y ese no puede ser otro que Dresde. Desde mi punto de vista por encima de Bayreuth. Si su padre Parsifal no puede representarse en óptimas condiciones fuera de Bayreuth, Lohengrin es muy diferente en la forma que está compuesta e incluso se agradece en algunos momentos que la brillantez de los metales nos ataque sin ninguna barrera. Además el teatro de Dresde es sobresaliente en acústica. Hay unos hechos históricos y biográficos de Wagner con Dresde que junto a una cuidada tradición que se ha sabido mantener a lo largo de muchos lustros hacen que este teatro tenga unos cuerpos estables que parecen nacidos para interpretar esta ópera. Si encima hay un director de tanto prestigio como Thielemann, que sabe sacar su jugo a esta orquesta de máxima calidad y a este coro de ensueño, es difícil encontrar una prestación mayor desde el foso. Además de ofrecer un sentido dramático de categoría, en las progresiones dinámicas, en la perfección de los números de conjunto, incluso en los silencios, ha sabido arropar a los cantantes, dos de ellos debutantes, llevándoles con mimo, sin perder intensidad musical, y cuidando el volumen de la orquesta a la que hacía apianar en las intervenciones vocales encontrando el balance justo e ideal. Es un director acostumbrado a dirigir en Bayreuth donde esto se consigue casi de forma natural pero tiene más mérito lograrlo sin la concha mística, donde se requiere un control dinámico de cada instrumento de precisión de cirujano. Y por si fuera poco, cuando había que subrayar orquestalmente la frase del cantante, lo hacía con intensidad y fuerza dramática. Ha sido también notorio la forma en la que ha trabajado el legato con todos los cantantes, en la forma que requería Wagner, en un bello ligazón acompasado con la música y sin portamentos. Ha sido un lujo difícilmente repetible.
Lo segundo más destacable pero quizás lo más importante por la novedad, es el triunfal desembarco en Wagner de la Diva Anna Netrebko y pongo la palabra Diva con mayúscula para quitarle todo componente negativo que se pueda asociar a este calificativo. Desde una aproximación lírica, la voz se nos antoja ideal por belleza, homogeneidad y extensión, pero lo verdaderamente destacable es la perfecta adecuación dramática al personaje, haciendo una Elsa muy matizada, tanto en los momentos más dulces como en los arrebatos más enérgicos, alejándose completamente de cualquier ñoñería y estando magnífica incluso cuando Elsa se hace algo indigesta en su insistencia para descubrir la identidad oculta del caballero del cisne tras el veneno sicológico recibido por la malvada Ortrud, interpretada en esta ocasión por una magnífica Hertlizius, plena de intensidad y personalidad, en un papel donde la ingratitud de su instrumento vocal no nos supone ninguna rémora, y a pesar de algunos desajustes en la difícil escena final donde todas las Ortrud cometen algunas imperfecciones y algún alarido de más, compuso una malvada de máxima categoría. Y Netrebko aguantó el empuje de esta intérprete mucho más experimentada en esta ópera, manteniendo el tipo en todo momento en un 2º acto sublime. En otra ocasión en este mismo teatro, en otra magnífica representación de Lohengrin que pude contemplar, en un hecho poco habitual en Wagner, a Hertlizius se le aplaudió en medio del segundo acto tras su invocación a los dioses. También fue destacable en la expresión y en lo dramático el barítono Tomasz Konieczny, con voz algo fea por arriba. Georg Zeppenfeld es un cantante más que solvente para el papel del Rey con un canto perfectamente controlado y matizado, aunque no tenga el color oscuro y la amplitud de los bajos de más categoría.
Y dejo para el final lo que quizás es lo más polémico desde el punto de vista musical. Me gustaría decir que ha sido un Lohengrin inolvidable e inigualable, y de hecho lo es, pero en mi opinión no está culminado y redondeado, por la prestación impersonal y poco expresiva de Beczala que lastra especialmente un 3º acto, en una ópera donde normalmente cada acto supera en intensidad al anterior y termina en punta con el emocionante relato donde el protagonista revela su misterio y la indescriptible belleza de la despedida del cisne y su significación. Beczala parecía ajeno a todo esto. Todavía le quedan años de estudio de este papel, de lo que significa el texto de su parte, de las diferente emociones que sufre su personaje al final, de la manera distinta que tiene que dirigirse al cisne, a Elsa a todos los convocados para escuchar las mágicas palabras donde se nos describe el lugar donde se guarda el Grial.
Es un cantante notable y en el aspecto de corrección vocal y homogeneidad de registros es incluso superior a los mejores intérpretes de este rol en la actualidad, pero estrictamente desde el punto de vista vocal y técnico tiene también algunas carencias. La voz no está sobrada para este papel y personalmente me gusta las aproximaciones líricas, pero es necesario una mayor solvencia en una nota fundamental en este rol, el La3, que normalmente ofrece la intensidad de los momentos más heroicos. Beczala tras una correcta entrada con el cisne, esta vez literal, en su saludo al Rey donde viene el primer La3 evidenció una carencia expansiva producida por una emisión un tanto abierta y sin la cobertura adecuada que dejaba la nota muy retrasada en un fallo de impostación grave, ya que es en esta nota donde el tenor avisa a la audiencia de que el protagonista ha llegado y se repite además en innumerables ocasiones, en momentos culminantes. Aquí está lejos, no solo de los mejores Lohengrin del siglo XXI, como Vogt y Kaufmann, pero también de otros que han sido peores intérpretes pero con la voz más spinta como Seiffert y Botha.
Desde mi punto de vista es mayor la importancia de la carencia expresiva. Hizo un falsete en una frase en el segundo acto, aunque no fuera una ejecución muy canónica, al menos allí se le vio una intención dramática. En cambio en el tercero iba declamando el texto de forma impersonal y distante, pasando por alto la significación de palabras clave y con un absoluto abandono del clímax emocional.
Puede ser un Lohengrin notable, porque la base con la que cuenta es de categoría, pero sabiendo que es un cantante de temperamento frío, por ahora lo que más me preocupa es su falta de intención.
Esta carencia expresiva fue además más notoria en una producción escénica que ya tenía vista, clásica y bella por algunos momentos, con un vestuario adecuado y sin meterse en complejidades dramatúrgicas, pero también algo simplona y falta de recursos escenográficos para resaltar el contenido críptico y misterioso de la obra que también tiene que planear sobre el escenario. Pienso que el cisne es mejor sugerirlo que ofrecerlo, es realmente difícil encajarlo adecuadamente en una escenografía de corte realista en el resto de su ejecución. Vi el Grial en el preludio, Thielemann nos lo ofreció, luego desapareció y Beczala no lo trajo.
Aun así una función de ópera memorable en una preciosa y acogedora ciudad en inigualable compañía de un nutrido grupo de la Asociación Wagneriana de Madrid y otros amigos.
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