Todos conocemos lo difícil que es Martern aller Arten y la señora Shagimuratova, acompañada de manera expedita y puntual por Levine con todos esos instrumentos solistas haciéndole la corte, lo hizo todo parecer fácil.

Quizás con un poquitín de combustible de más y un tanto desguarnecida en la zona grave, si nos ponemos un poco exigentes.

Pero casi ninguna lo logra. La señora llegó al 90%.

Merecida ovación.

La arietta Welche Wonne, welche Lust, donde Blonde exhulta de alegría por llevar la noticia de que escaparán, fue cantada por la señorita Kim de forma libre, ágil y saltando con la música mozartiana.

Un momento de tintes heroicos para un tenor livianito: Frisch zum Kampfe, frisch zum Streite!

Hay que dejar de lado cualquier temor, si se está dispuesto a luchar.

Recuerdo lo diferente y no mal que fue escucharla en la voz del maestro Domingo, cuando grabó un disco mozartiano.

El señor Brenton Ryan no lo hizo mal.

Divertido el dúo con el cual Osmin finalmente es convencido de dejar sus costumbres religiosas y dar rienda suelta a las delicias del vino. y de Baco por supuesto.

La dificil aria Wenn der Freude Tränen fließen, fue cantada por el tenorín Appleby, con una mezcla de gracia y autoridad.

Esas estructuras tripartitas son endemoniadas.

Otra maravilla mozartiana en esta ópera: el cuarteto Ach, Belmonte! Ach, mein Leben! , donde cada uno a su manera, los personajes de Belmonte, Constanza, Pedrillo y Blonde, dan rienda suelta a su alegría por la inminente escapatoria.

La alegría baja, pues hay un momento de duda de Belmonte respecto de la fidelidad de Constanza, como de Pedrillo respecto de Blonde.

Las mujeres se indignan.

Magistral Mozart para ordenar esta difícil arquitectura dramático/musical.

Como no podía ser de otra manera, de nuevo todo se recompone en una oda al amor.

Ciertamente levantó el rendimiento en este acto segundo que acaba de concluir.

Vamos al corto acto tercero.

Así sin anestesia y con el pecado de suprimir el recitativo, sin lógica alguna, iniciamos con otra aria de Belmonte. La no menos hermosa: Ich baue ganz auf deine Stärke.

El señor Appleby con el avanzar de la noche, ya ha logrado un poco más de hormonas e incluso vocaliza mejor el alemán.

Aunque también se notó un poco trabado en las coloraturas y en ciertas notas sostenidas al principio, pero luego encontró el camino.

Justamente aplaudido.

Seguimos con el festival tenoril y el señor Ryan nos canta la romanza In Mohrenland gefangen war, en medio del proceso para colocar la escalera de la escapatoria.

Sin mayores complicaciones, nos cantó bonito de nuevo.

Osmín los descubre y canta Um nichts in der Welt!

Momento para que el señor Hans-Peter König nos deleite aún con unas notas graves bien colocadas, contento por hacer de verdugo a los secuestradores. Tiene su bis cómica.

Otro momento culminante de esta ópera: el recitativo y dúo de Belmonte y Constanza: Welch ein Geschick! O Qual der Seele! de gran carga dramática en medio de esta comedia.

Belmonte es consolado en medio de su inminente muerte, hacia la cual en definitiva los dos se resignan a dirigirse, movidos por el amor, cual Maddalena y Chénier.

La señora Shagimuratova y el tenor Appleby, sortearon todas las dificultades con desparpajo y calor interpretativo.

Cerramos con un convencional Vaudeville, en el que todos los solistas se deshacen en halagos y agradecimientos al magnánimo pachá.

Una estrofa a cada uno le regala Mozart, en líneas directas y sin dificultades adicionales en lo musical.

Osmín se despide con palabras de odio, lo que replican los solistas con una moraleja, que apela a la necesidad de las almas nobles.

Concluye la ópera en medio de una oda coral al pachá.

Una agradable noche mozartiana, donde el respetable parece compartir la satisfacción al aplaudir a rabiar a todos los solistas.

Una notable labor también la del maestro Levine. Honor a quien honor merece.

Good night!

Good night para Ud. D. Rubini y buena esa crónica mozartiana.

Tan sólo por este cuarteto, debería ser obligatoria la obra en todos os teatros líricos.
¡Buena crónica y gracias, Signor Rubini!