Los taurinos decimos aquello de “tarde de expectación, tarde de decepción”. Pues bien, hoy -atendiendo a las taquillas en las que se colgó el cartel de “no hay billetes” (seguimos con el paralelismo taurino)- había expectación más que nada por la propia Aida, ópera que según el profesor Bueno Camejo es la que más veces se ha representado en Valencia. No obstante, el reparto no hacía presagiar nada extraordinario, como así ocurrió.
La verdad es que hasta que no llegaron a escena los prisioneros etíopes prácticamente allí no había pasado nada. O peor, había pasado que la orquesta no se encontraba a sí misma (la segunda vez que pasa: preocupante), que la “Celeste Aida” del sr. Dávila era un querer y no poder (cómo raspaba la voz, qué poquita entidad y qué penosa actuación escénica), que Aída, no acababa de arrancar y cuando lo hacía apenas se le entendía por su vocalización muy cerrada y, poco más. Bueno eso sí, lo que le gusta a los genios de hoy día: muertos colgando, una escenografía high tech que igual sirve para Aida que para La del Manojo de Rosas, unos samuráis (sic) cuya relación con el antiguo Egipto es harto discutible, unos guerreros que parecían ninjas, etc.
A este respecto, recuerdo que hace unos años (2001) vi en el Liceo esta misma ópera con una escenografía de J. Mestres Cabanes, creada en 1945 y felizmente recuperada. El titular de la crítica de Agustí Fancelli en El País, decía: “Lo antiguo como progreso”. De entre las muchas loas que recibió aquella escenografía quiero entrecomillar esto: “… (escenografía) que es la hija de un sueño (…) construido sin apenas presupuesto, con materiales humildes, con pocos recursos escénicos, pero con una conmovedora voluntad de salir de la miseria (…) para imaginar la riqueza más suntuosa y disparatada”· Además, yo puedo aportar mi recuerdo, en el momento de alzarse el telón, el entendido público liceístico arrancaba con una ovación a la escenografía!!!. Pues eso, está todo dicho, con pocos medios se pueden hacer maravillas y con más medios pero con mucha tontería mental, salen petardos. ¿Será que estamos en fallas?
Luego salió detenido el rey etíope Amonastro (Gabriele Viviani) y la cosa cambió. Sin pasarse pero cambió. Hubo más orden en escena, Viviani dio temple, calor a sus compañeros, matizó las escenas y hasta la orquesta volvió a su lugar habitual, es decir a la excelencia.
Hoy estoy de tópicos, empecé taurino y ahora me viene el futbolero. Pasa en Les Arts con Livermore como al Valencia con Neville. Es decir, que si quieres hacer un equipo sin grandes figuras, hay que pisar la cantera y dedicarle mucho tiempo. Si el Sr. Livermore se va a hacer montajes por ahí y deja al teatro más de un mes cerrado pues trata de suplirlo con “fichajes” que no son nada del otro mundo y cuyo resultado salta a la vista. Esto es, el elenco era… fluixet. O sea, flojito.
Ya he hablado de Dávila y de Maria José Siri. De la Sra. Prudenskaya dijo José Luis en el comentario que abre este hilo que hizo honor a su nombre y anduvo prudente al principio de la noche. No seré yo quien corrija a José Luis. Totalmente de acuerdo.
Me gustó mucho, pese a su pequeño papel Fabián Lara, el mensajero. Es joven, suerte.
Me resta decir dos cosas, lo mejor de la noche, el Oh patria mía de la Sra. Siri. Sin ser sublime, pero estuvo bien. Hay que ver cómo surge siempre la añoranza de la patria en Verdi. Pese a ello, creo que me gustó más el oboe.
Mención aparte el coro, como siempre. Impresionante. Y también el maestro Tébar. Cómo dirige!. Estoy a escasos 3 metros de él, y su mano izquierda es prodigiosa, parece acariciar el flujo de voz de los cantantes y, en los momentos críticos, la atrapa y tira de la voz para sacar lo mejor de cada uno. Prodíguese vd más, por favor.
Decir finalmente que en el entreacto me encontré con Radamés, el forero, y también mucha gente que parecía era la primera vez que iba a la ópera. Bienvenidos y a repetir. Comenté con Radamés algo que me rondaba por la cabeza, Domingo con 75 años y, condicionamientos vocales aparte, hay que ver lo actorazo que es, cómo llena la escena él solito. Hoy, los roles principales parecían planos, sin una pizca de gracia para llenar el personaje. Gracias maestro Domingo, una vez más.
Dicho lo cual, siempre nos queda gritar aquello de Viva Verdi
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