Pues al final pude dormir bien pero soñé con la función, al menos tangencialmente, porque nada sucedía en el Teatro Real ni eran los cantantes ni seguramente era la ópera. Pero me afectó.
Muchas han sido las funciones del Real, más de las deseadas, en las que el reparto no ha estado a un nivel mínimamente aceptable: Bodas, Don Giovanni, Cuentos de Hoffmann... Pero siempre había algún cantante que se salvaba: Chausson, Giménez, Arteta, Durlowsky... Bueno, pues ayer ni eso. Voces no ya musculares, sino directamente embutidas de EPO, clembuterol, anabolizantes... Antinaturales, gruesas, sin atisbo de musicalidad, vociferadas, forzadas, hasta desafinadas... Las voces no es que no empastaran, es que se daban cabezazos e incluso hacían eco. Cada vez que salía uno hacía bueno al anterior. Hubo melodías preciosas cantadas como si fuera Wozzeck. Una pena que el estado de excepción en Palermo no hubiera supuesto cárcel para todos ellos.
Sin embargo, hubo dos especialmente dotados para el canto epiléptico. El primero es el (teóricamente) tenor Peter Bronder. Quiero pensar que con el currículo que le atribuyen tiene 82 años y está en los estertores de su carrera, exitosa ella. En este caso, se podría tener algo de clemencia. Porque sólo así se entiende que haya cantado donde dice y que cante como canta actualmente. Canto a bocanadas vocingleras, como si se ahogara (claro, como era Lucio), ininteligible (yo creo que en un momento recitó aquello de "mira lo que ha hecho la guarra de tu hija"), indigno no ya de un teatro de segunda como el Real, sino de las compañías de José Luis Moreno. Ni para encarnar a Rockefeller. No me quiero ni imaginar lo que puede hacer como Rodolfo o Alfredo. Para Cochinilla, Ruiz y poco más. Inclasificable. Heldenpregonerer.
El otro fuera de serie fue el barítono, o bajo, o ambas cosas, o ninguna, Leigh Melrose. Unos sonidos guturales, feos, emitidos como con asco, a un tris de la arcada, llegué a pensar que se le había enganchado la campanilla en la nuez, temiendo que se ahogara en su propio vómito. Coloratura en blanco y negro. Hubo un momento en que parecía que la partitura nos iba a endosar un dúo Lucio-Friedrich pero Wagner se apiadó o Bolton lo cortó. Habría sido terrorífico.
Ante este panorama, las damiselas Mariana e Isabella (Gornik y Miró) parecían Montserrat Caballé y Victoria de los Ángeles. Al menos ligaban no ya las frases sino las sílabas, todo un triunfo ayer. Pero muy flojas también.
La puesta en escena estuvo bien, con sus cosas graciosas, algunas extrañas, como las monjas o monjes haciendo gimnasia o limándose las uñas; o ese final anacrónico. Pero los cambios de escenario resultaron eficaces y todo se atuvo al libreto. A jlizarrabengoa, que hacía mucho que no le veía, le gustó.
El director Bolton, muy mal. Con semejante elenco debió subir los decibelios de la orquesta varios enteros hasta hacer inaudibles a los cantantes. Porque eso sí, oírseles se les oía.
Y que conste que la ópera me pareció muy notable. Para esas funciones, se agradecería no una versión concierto sino un nuevo concepto de representación operística: la versión sinfónica. Y los cantantes, al Moses und Aron. En cuanto salga el dvd, me lo compro.
_________________ Gran Duque de Seychelles.
|