Divertidísimas Bodas de Figaro en Oviedo el pasado 21 de noviembre. Producción animada que no fue animadísima, fundamentalmente, porque la dirección escénica superó con muchísimo a la musical. La febril imaginación de Guy Joosten, que propuso innumerables gags escénicos (ver el acto I fue agotador), brillantes la mayoría de las veces (aunque no siempre; de tanto tanto, el personaje de Don Basilio se le acaba escurriendo) fue muy superior a la planísima lectura de Benjamin Bayl (qué lata de obertura, pero QUÉ LATA), que intentaba cosas y luego como que se arrepentía, pegaba sforzandos y golpes dinámicos muy Handel de tripa de gato pero luego desinflaba los tempi, y en general hacia menos por los cantantes que éstos por la ópera. Pero también porque, de alguna forma, la escena ya habia "ganado" de antemano, imponiendo a los cantantes una cantidad de actividad escénica en los números de conjunto que dificultaba muchísimo la concertación, y finalmente, porque el bellísimo escenario (un pasillo de vidrieras de invernadero que se iban cerrando hacia el fondo, y un techo que tambien iba bajando, exagerándose de forma asombrosa el efecto de la perspectiva), en el fondo, tenía forma de altavoz, y ello (aunque beneficiara la proyección de los cantantes) hacía que el sonido saliese a la velocidad del rayo pero, notoriamente, no entrase a la misma velocidad. Y concertar eso sin desajustes relevantes (que no los hubo) fue una verdadera prueba de profesionalidad para todo el cast.
Prueba superada, honestamente, con nota. Ante todo, por el espléndido Figaro de Joan Martín-Royo, que ha dejado ya de ser una promesa y cuya evolución vocal resulta evidente: el instrumento ha crecido, el sustento del aire es infalible, y sobre todo, el enmascaramiento es completo, lo que permite una dicción completamente nítida y evita todo tipo de sonidos espurios o hinchados: los insidiosos Din din, le suonerò sì, amore non senton, non senton pietà y todas esas cositas tan mozartianas que distinguen al que tiene voz del que verdaderamente sabe cantar, estuvieron muy bien resueltas. Si le sumamos un musicalidad irreprochable y una energía escénica infatigable, casi no podíamos pedir más. Musicalidad y energía que también caracterizó la labor de David Menéndez. Es cierto que la tramposísima aria del Conde no pasó de cumplidora (como ocurre con tantos, por otro lado) pero cuando estaba en escena, era difícil mirar a otra cosa.
La voz de Ainhoa Garmendia evoluciona hacia sonidos de lírica plena, y eso dio una Susanna mucho más carnosa y menos soubrettina de la que es usual oír en el rol. Así, el papel adquiría una sensualidad perturbadora, que la soprano empleó muy bien en un Deh vieni, non tardar lleno de musicalidad (otra de esas piezas mozartianas que parecen anodinas pero distinguen a las que han entendido de qué va Mozart de las que no lo han hecho). Amanda Majeski ofreció ante todo, como Condesa, un timbre bellísimo, fácil, con morbidez, armónicos y cierta personalidad. Técnicamente, aunque en el terceto Susanna, or via, sortite, fue hasta el Do5 sin dificultad vela ligeramente el sonido a partir del centro alto porque, si bien el paladar blando sube y la nota coge altura, luego no termina de girar, y como en Mozart se nota TODO, las diferencias, aunque pequeñas, eran percetibles. Por ejemplo, en la palabra giurame-en-ti de su segunda aria, la segunda E obtenía una nitidez, al bajar el intervalo, que delataba que la primera E no había estado del todo en punta, y la I, que se difuminaba al volver a subir, remarcaba la existencia de esa dificultad. Si corrige estos defectos, podemos hallarnos ante una cantante joven, talentosa, verdaderamente interesante y de voz bellísima. El rol de Cherubino es un verdadero bombón que, sin hacer nada extraordinario, la muy fina Roxana Constantinescu supo aprovechar.
Muy bien, aunque sin aria, Begoña Alberdi como Marcellina, mucho menos bien Felipe Bou (que voceó la Vendetta entera), bastante mejor el Don Curzio de Pablo García-López que el don Basilio de Jon Plazaola, muy cortito de voz e intenciones, y adecuados Elisandra Melián y Ricardo Seguel.
En suma, unas Bodas escénicamente febriles, con un reparto profesional, motivadísimo y con gran tarea de equipo, donde sólo la pobreza orquestal y las complicaciones de los concertantes recordaron lo tremendamente dificil que es hacer Mozart.
_________________ Die Wahrheit ist bei mir, Mandryka.
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