Adaptación de la ópera de Georges Bizet realizada por Peter Brook y con arreglos musicales de Marius Constant. Coproducción del Teatro Calderón de Valladolid y del Villamarta de Jerez. Cantantes: María Rodríguez (Carmen), Enrique Ferrer (Don José), Belén López (Micaela) y José J. Frontal (Escamillo). Actores: Joaquín Galán, Alex Peña y Pablo Santamaría. Ensemble Arte Lírico. Dirección musical: Carlos Aragón. Dirección de escena: Pepa Gamboa. Vestuario: Jesús Ruiz. Escenografía: Antonio Marín. Iluminación: Juanjo Lloréns. Coreografía: Belén Maya. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: Viernes, 6 de noviembre. Aforo: Lleno.
Andrés Moreno Mengíbar
A diferencia de otros personajes arquetípicos de la ópera como Don Juan o Fígaro, que han sido objeto de decenas de versiones, reinterpretaciones y derivaciones, Carmen nace tan plenamente definida y tan dramáticamente cerrada que apenas si existen otras versiones musicales del personaje (una excepción sería el inacabado proyecto de ópera de Pemán y Ernesto Halffter titulado La muerte de Carmen). Por ello cobra más valor aún el esfuerzo de Peter Brook por repensar el personaje y presentarlo con mayor complejidad psicológica que como aparece en la ópera. Brook despoja al drama de la hojarasca de las concesiones exotistas al público parisino de 1875 y concentra la acción en el destino trágico de la cigarrera. Reordena las escenas y las músicas y, así, supone un gran hallazgo iniciar la obra con la música de la escena de las cartas, con el hado inexorable de muerte repetido una y otra vez. Carmen es para Brook una mujer marcada por la violencia a todo lo largo de su vida (perfil potenciado por el vestuario en negro de Jesús Ruiz) y para ello rescata elementos de la novela de Mérimée, como la aparición de su maltratador marido García el Tuerto. E incluso Don José deja de ser el alma cándida de la ópera para presentarnos un pasado marcado por la violencia y la muerte en su juventud navarra y repetido en el asesinato de un pretendiente de Carmen y del propio García. Pepa Gamboa acentúa aún más el ambiente de opresiva violencia y de inexorable camino hacia la muerte al diseñar una Carmen ávida de cariño a través de su sexualidad pero que sólo recibe violencia y muerte. Incluso la última puerta de huida que es Escamillo se le cierra con su muerte en el ruedo. Con una iluminación cerrada y claustrofóbica, la escena final, con un silencio atosigante sólo roto por el incesante batir del timbal y con un Don José alucinado girando fuera de sí en torno a Carmen y huyendo de la realidad y del propio teatro, lleva la tensión del espectador hasta los límites de lo soportable.
Toda la tensión de la escena fue magníficamente subrayada desde el foso por Carlos Aragón. Con un instrumento por parte y una partitura reducida a su pura esencia expresiva, supo acentuar y mantener el pulso agónico de la acción, con algunas interesantes aportaciones rítmicas en la famosa habanera. Salvo algún pasaje de sonido deficiente en violines y violas, el conjunto sonó con gran empaste y calidad. María Rodríguez, plenamente metida en el personaje y con una actuación impresionante, suplió con su fraseo lleno de intención una voz por momentos engolada, pero de rotundos perfiles y magnífica proyección. Ferrer canta con arrojo y entrega, pero la voz vibra en exceso, muestra estrangulamientos en el pasaje y es emitida sin el conveniente apoyo. Fue una gran sorpresa conocer a Belén López, una Micaela no tan virginal como en la ópera y con una bella voz, firmemente emitida, con fácil subida al registro superior y que realizó algunas regulaciones de gran gusto. Quien menos se implicó escénicamente fue Frontal, frío y distante, aunque la voz mantiene la calidad y la redondez de siempre. Impecables los actores como colofón a un nuevo acierto de un Villamarta que mostró no arredrarse ante nuevas experiencias.