Porque una misma es la suerte de los hombres y de los animales: como mueren unos, así mueren también los otros. Tienen todos el mismo hálito, pues el hombre no es superior a las bestias.
(Eclesiastés 3, 19)
Ayer fue San Francisco de Asís (felicidades, NICO), patrón de los animales, además de los socorristas (gracias a NICO) y los constructores (gracias a Gerardo). Por ello también se celebró el Día Mundial de los Animales. Están de moda, y si no no hay más que pasarse por la tele y ver esa serie de Cuatro, Zoo, en la que toman en control del planeta; o el programa que hizo Íker (el que no se ha ido) sobre Félix Rodríguez de la Fuente; o Gran Hermano 16.
O la crónica de Grobe, que también ha captado ese aroma de la fauna ibérica.
El Teatro Real, atento a esa sensibilidad social, no ha querido sustraerse de ella y ha sabido inaugurar esta temporada programando este Roberto Devereux con cuatro animales escénicos, alejados de rebuznos, graznidos y cacareos, para disfrute de la fauna madrileña. En general el espectáculo ha sido satisfactorio.
Mariella Devia regresaba al Real con el terrible papel de la Reina. Terrible sobre todo por el final. La italiana, marisco altamente degustado por el Foro, empezó dura de voz. Me dije: "¡Ostras, la última vez no estaba así!" Efectivamente, cual ostra, comenzó su voz con una textura poco agradable, salada, áspera, oculta su perla a pesar de la técnica canora y sus magníficos trinos. Menos mal que fue suavizando la voz y entonó un "Vivi ingrato" ciertamente elegante, gamba blanca de Huelva. El final, sin embargo, fue un suplicio para el ruiseñor (ruiseñora), porque con el volumen de orquesta y manada de lobos apenas se percebe (perdón, percibe) su voz, eludiendo los agudos.
En la misma jaula se enfrentaba a ella el camaleónico Gregory Kunde, que dejaba sus papeles de león spinto para cantar uno más lírico. Su debut fue importante, de quilates, pavoneándose con una voz poderosa y expresiva, aunque si bien se notan sus dificultades a la hora de apianar, lo saca con nota. Magnífica su aria final (para mí, lo mejor de la ópera) a pesar de estar tirado en el suelo como un lagarto al sol. Deleitó con sus variaciones. Esperemos que siga viniendo por este zoológico.
También estupenda Silvia Tro, una pantera de voz oscura pero afilada en el agudo, muy bien empastada con la de Kunde en ese precioso dúo que cierra el primer acto. Bien su aria de entrada, se movió como pez en el agua y no escondió la cabeza, cual avestruz, en ninguno de sus dúos. Ángel Ódena nos hizo olvidar a Kwiecien; también voz poderosa y audible, me gustó su transformación del inicial cervatillo suplicante al temible oso hambriento, en busca de una presa con que saciar su hambre y su sed de sangre.
La puesta en escena..., pues oscura como boca de lobo, como un típico día británico. De hecho, bajaba el telón y casi no se notaba. Al fondo del escenario lo mismo aparecían unos ventanales con manos pegadas como si fueran gecos, que una puerta con unos andamios, quizás unos árboles en un típico bosque español tras un incendio veraniego. Sinceramente no se distinguió mucho de la versión concierto de hace unos años. Luego está la araña mecánica, pero sin Kubrik, a modo de trono. Lo de mecánica es tal cual, ya que tenía que ser movida manualmente. Creo que Devia tuvo que utilizar un GPS para poder encontrar la salida de la maraña de hierrajos a la que la obligaron a subir.
La orquesta no me sonó mal, salvo el momento al que alude Grobe. El viento madera estuvo mejor que con Gruberova-Bros, sin embargo los violines y el triángulo brillaron más en aquella ocasión. Los demás instrumentos estuvieron a la par. El cañonazo, mucho más impactante ayer.
Luego cena cerca de Kunde, aunque fue mejor compañía la de Carmelo Rodero, que me hizo dormir como un lirón.
_________________ Gran Duque de Seychelles.
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