OTELLO, ossia il moro di Venezia (Rossini). Milano, Scala. 4-7-2015. Gregory Kunde (Otello), Juan Diego Flórez (Roderigo), Edgardo Rocha (Yago), Olga Peretyatko (Desdemona), Annalisa Stroppa (Emilia), Roberto Tagliavini (Elmiro). Director Musical: Muhai Tang. Dirección escénica: Jurgen Flimm.
El Otello Rossiniano, a pesar de su gran éxito en el primer tercio del siglo XIX cuando era constantemente representado constituyendo uno de los caballos de batalla, sin ir más lejos, de María Felicidad García, María Malibran, fue desapareciendo paulatinamente del repertorio (junto al resto del corpus del cisne de Pesaro, excepto el Barbero) para caer totalmente en el olvido una vez estrenado el Otello Verdiano. En pleno renacimiento Rossiniano del último tercio del siglo XX, el Festival Rossini de Pesaro la presentó en 1988 con un magnífico plantel encabezado por Chris Merritt, Rockwell Blake y June Anderson bajo la dirección de John Pritchard. A pesar de ello, la obra no ha terminado de imponerse resultando extremadamente dura la competencia del magistral título verdiano homónimo y eso que el propio Rossini afirmó en su día que el último acto de su Otello sería una de las partes de su producción que tendrían ganada la posteridad. El Teatro alla Scala saldaba su deuda con este título (¡¡¡¡ausente de su escenario 145 años!!!!) con una nueva producción a cargo de Jurgen Flimm, la inicialmente prevista dirección musical a cargo de John Elliot Gardiner y un elenco entre lo mejor disponible hoy día encabezado por la estrella tenoril Rossiniana Juan Diego Flórez, el anterior especialista en este repertorio y ahora descollante tenor de repertorio spinto Gregoy Kunde y la aplicada soprano Olga Peretyatko perteneciente a esa nómina de cantantes juveniles y de buena presencia tan reclamadas hoy día en los teatros.
El chino Muhai Tang, que había dirigido la obra en Zurich con Cecilia Bartoli, asumió la sustitución del músico británico y, ciertamente, la magnífica orquesta Scaligera sonó refinadísima de timbres y diáfana de texturas, con ligereza y luminosidad. Asombrosa la precisión de la trompa en el complicadísimo solo del primer acto, así como la calidez y exactitud de las maderas, tan importantes en Rossini, y la cuerda pulidísima, sedosa y con mordiente. Sin embargo, la dirección resultó monótona, sin contrastes y sin esa chispa característica del cisne de Pesaro, al que la monotonía, la falta de inspiración y vivacidad le sientan especialmente mal. Fue protestadísimo en cada salida y en los saludos finales.
En el elenco vocal destacó el Peruano Juan Diego Flórez que certifica, en su madurez artística, su liderazgo Rossiniano de los últimos años. El timbre conserva la limpieza, homogeneidad y nitidez de la emisión, el gratísimo contacto al oído, así como la extensión al sobreagudo, sin esa facilidad y squillo de antaño, pero aún con firmeza y seguridad, teniendo en cuenta además, que el centro ha ganado algo de cuerpo. La expresión tradicionalmente azucarada, es algo más ardorosa y vibrante. Aunque uno puede y debe preferir la deslumbrante agilidad, así como la variedad del fraseo de la creación de Rockwell Blake -sólo hay que escuchar como éste, en el gran aria “Che ascolto?”… Ah come mai non sentí” contrasta perfectamente la expresión de abandono y ensoñación amorosa del andante con la iracunda del allegro), Flórez más lineal y monocorde como fraseador, resulta irreprochablemente musical, con un legato notable y una agilidad satisfactoria. Su interpretación del referido aria fue recibida con una gran ovación, redoblada en los saludos finales, siendo, prácticamente el único que salió indemne de las protestas tan propias de un estreno en la Sala Piermarini. Nunca he sido un entusiasta Florezido, pero aprecio en lo que vale un tenor que se acerca a los 20 años de carrera y aún ofrece tal nivel, especialmente, bien es verdad, cuando no se aparta de su feudo Rossiniano.
A Gregory Kunde, que forma parte la escasa nómina de cantantes que han abordado los dos Otellos, ya le pesa este repertorio. Incómodo y pesante en su salida “Ah si, per voi già sento”, borroso y esforzado en la agilidad, con el centro opaco, hueco y desguarnecido en el grave, se salvó por los acentos briosos y un agudo que sigue ganando brillo y expansión. Se fue asentando en el acto segundo, en el que completó un climático dúo-desafío con Flórez, pero volver al belcanto cuando tu repertorio habitual ahora es Otello de Verdi, Don Alvaro, Canio o Turiddu, se antoja complicado y como digo, al americano le salvan su impecable musicalidad y los acentos. Olga Peretyatko posee un modestísimo material de soprano ligera con el que es incapaz de atender las exigencias en centro y grave de la Desdemona, (recordemos una vez más que fue un papel habitual de la Malibran). Efectivamente, sopranos lírico ligeras como Mariella Devia o June Anderson han brillado en el papel, pero estamos hablando de fuoriclasse, categoría a la que está muy lejos de pertenecer la soprano rusa, sin duda musical, fina y competente. Por ello, se nos antojan exagerados e injustos los abucheos que recibió. Bien es verdad que se podría argumentar que no está a la altura de una propuesta de este tipo en toda una Scala, pero hay que tener en cuenta el panorama actual y lo que se está oyendo durante toda la temporada en el propio teatro Milanés. Muy flojo el Yago de Edgardo Rocha, minúscula, casi insignificante voz de tenorino de difícil escucha en gran parte de la obra. En todos los duos y concertantes que intervino, prácticamente desapareció. Sólido y resonante el Elmiro de Tagliavini, a falta de mayores sutilezas y variedades en su canto. Profesionalísima, encantadora, sobria y bien cantada, la Emilia de Annalisa Stroppa.
La producción se basa en un gran espacio de arena playera sobre un ladrillo visto que se adivina debajo, con una gran mesa y sillas de jardín, que en el primer acto expresan la fiesta de recibimiento al caudillo vencedor de los moros. Posteriormente, se mantienen las sillas que colocadas en la parte central del escenario se destinan a los prometidos Desdemona (que no está por la labor obviamente y contradice los deseos de su padre) y Roderigo (ridículo y hasta pueril ver a los dos ahí sentaditos con las florecitas...). En el acto final, una gran góndola que se supone contiene el cadáver de Roderigo en marcha al cementerio en la más pura tradición veneciana y en la que Desdemona canta su gran escena del acto conclusivo y es asesinada por Otello. En fin, lo mejor que puede decirse es que los cantantes se movieron y emitieron casi siempre en la parte delantera del escenario. Protestas tumultuosas a los responsables de la producción.
_________________ "El canto como la belleza que se convierte en verdad" (Friedrich Schiller)
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