ERMIONE (Gioacchino Rossini). Angela Meade (Ermione), Marianna Pizzolato (Andrómaca), Michael Spyres(Pirro), Barry Banks (Orestes), Francisco José Pardo (Pylade), Nicola Ulivieri (Fenicio). Coro y Orquesta Sinfónica de Galicia. Director Musical: Alberto Zedda. Director de escena: Ni falta que hizo. Versión concierto.
Ermione es una creación del glorioso período napolitano de Gioacchino Rossini. Una ópera magnífica de una inspiración deslumbrante en la que el Maestro se muestra además, muy avanzado en el tratamiento de las estructuras de la ópera italiana, que sin vulnerarlas, claro está, se ven forzadas, alteradas, retorcidas. Claro que tenemos dúos, cavatinas, arias y un fabuloso concertante al final del acto primero, pero con intervenciones del coro y de otros solistas. En la gran aria de Pirro "Balena in man del figlio" intervienen hasta 5 cantantes además del solista y la gran escena de Ermione del acto segundo es complejísima, "moderna", sorprendente con recitativo-arioso, que se alterna con momentos cantabile, intervenciones del coro y una cabaletta espectacular. Ni que decir tiene que la escritura vocal es terrible, por cuanto el Maestro contaba con la gloriosa compañía de canto del Teatro San Carlo de aquella época. Nada menos que Isabella Colbran, Rosmunda Pisaroni, Andrea Nozzari, Giovanni David y Giuseppe Ciccimarra fueron los destinatarios de esta complicadísima escritura vocal destinada a cantantes excepcionales. Sorprendentemente el esterno fue un fracaso. Se dieron sólo dos representaciones y la obra durmió el sueño de los justos durante siglo y medio, hasta que el Festival Rossini de Pesaro la recuperó en 1987, en lo que puede considerarse casi un reestreno.
Ni que decir tiene que no es nada fácil poder ver esta fabulosa obra y hay que agradecer a la temporada de ópera Coruñesa y a su director artístico César Wonemburger su programación con este gran nivel musical y vocal. Más allá de eternos debates sobre la escena y demás y con la mayor ecuanimidad posible, opino, que cuando el presupuesto es limitado poder montar en versión concierto y con este nivel una ópera como ésta, es todo un acierto y hay que alabarlo y resaltarlo.
El papel protagonista es tremendo, tanto en lo vocal como en lo dramático. La escritura, destinada a la Colbran, es más bien central con puntuales ascensos al agudo y bajadas al grave, saltos interválicos, coloratura di forza, cantabiles de gran lirismo... en un personaje que tan pronto se muestra iracundo, vengativo, fiero, como devotamente enamorado y víctima de una cruel traición sentimental. Sobresaliente la prestación de la americana Angela Meade, dueña de una técnica resuelta, ortodoxa y una escuela de canto de la mejor Ley y que entronca con la gran generación de cantantes estadounidenses que protagonizaron el renacimiento Rossiniano del último cuarto del siglo veinte. Un control total sobre la columna de aire le permite filados y reguladores de gran factura, ataques primorosos, legato de primera y una coloratura no impecable, pero sí notable. El timbre es genérico, no especialmente bello y el grave resulta desguarnecido, siendo la zona alta donde el sonido gana brillo, timbre y expansión. Su grandiosa escena del acto segundo fue una cumbre que provocó vítores y una ovación interminable. No busquen en ella una cantante-actriz sino una gran actriz vocal. Lástima que su presencia en los escenarios, especialmente en Europa, no es ni va a ser muy abundante, ya que su físico no es el que gusta a los directores de escena, actuales reyes sin tasa del cotarro operístico. Comentó al final que en el Real cantará Norma. Veremos.
A gran altura también estuvieron los tenores que abordaron los papeles de Pirro y Orestes. El primero, el baritenore estrenado por Nozzari, el segundo, el amoroso o contraltino estrenado por David. Pero aún dentro de esos parámetros ambos papeles entrañan peculiaridades dentro de su gran dificultad. Orestes presenta unos acentos más agitados y vibrantes de lo que es normal en un contraltino y tuvo un más que apreciable intérprete en el escocés Barry Banks, de timbre y medios modestos, pero impecable musical y estilísticamente, entregado e intenso en los acentos y con un gran sentido del decir y de la expresión. El Pirro, dentro de la categoría de baritenores resulta, en mi opinión, aún más inclemente que otros como el Rodrigo di Dhu o el Antenore. La línea vocal incide constantemente en la zona grave con frases cantabile situadas en dicha franja que no pueden solventarse si la misma no está bien nutrida, además de una constante exhibición del más espinoso canto di sbalzo. Michael Spyres no tiene problema, ya que su organización vocal está trabajada para, por y desde el grave que resulta de una solidez, timbre, redondez y sonoridad deslumbrante. Eso sí, conforme asciende al agudo, el sonido se estrecha, se aprieta, pierde cuerpo, color y proyección, con sonidos blanquecinos y sireniles en esa franja. Su canto es muy correcto, con esa expresión y entrega sincera de los cantantes americanos, si bien su fraseo no sea de especial clase ni variedad. Muy flojo el tercer tenor, Pylade, que no es ningún partichino, sino un papel de bastante enjundia (estrenado por Giuseppe Ciccimarra) y que tuvo en Franciso José Pardo un intérprete pródigo en sonidos calantes, fijos, similares al claxon de un taxi desvencijado y que molestaron bastante la interpretación de Barry Banks en su magnífica salida "Reggia Abborrita!". Muy correcta como siempre, aunque plana y monocorde, la Andrómaca de la Pizzolato.
Magnífica la prestación de coro y sobre todo, de la Orquesta Sinfónica de Galicia, de sonido siempre brillante, refinado, transparente, con una cuerda sedosa, mórbida, empastada y unas estupendas intervenciones (importantísimas en la orquestación Rossiniana) de las maderas. Todo ello bajo la dirección expertísima de Alberto Zedda, profeta de Rossini en la tierra, ante cuya labor no se sabe qué admirar más, si la afinidad total con el compositor, si el sonido obtenido,siempre claro, ligero y maleable, si el apoyo y estimulación al canto o esa energía y entusiasmo contagiosos que despide desde el podio a sus 86 años, siempre de pie, cuando tantos maestros de mucha menos edad dirigen apoltronados.
_________________ "El canto como la belleza que se convierte en verdad" (Friedrich Schiller)
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