Pues yo salí bastante decepcionado de la función del viernes. Reconozco que iba con mucha ilusión, porque siempre he tenido un particular afecto por
La Marchenera (en mi opinión, junto a
La Chulapona, la mejor partitura teatral de Moreno Torroba), pero el cuarteto vocal arruinó todas mis expectativas. Los cuatro protagonistas (Navarro, Ignacio, Roy y Alvarez) pecan de lo mismo: querer aparentar más voz de la que tienen, y así surgen unos sonidos tochos, recargados y plomizos que a los cuatro les cuesta Dios y ayuda manejar con una mínima solvencia. Todo se reduce a un esfuerzo muscular para tratar de sostener esas apariencias vocales. Si cada uno de ellos se limitaran a cantar con su voz (y con una técnica mínimamente pulida), otro gallo cantaría (valga la redundancia
).
Con todo, lo peor vino de Rocío Ignacio, una chica que apenas debe de pasar de la treintena, pero que por su voz parece una anciana: un tembleque continuo, rematado por alaridos por arriba, y por ahogos por debajo (en el cuarteto final, en los que apenas tiene que bajar al Mi, por poco hay que llamar al SAMUR para que vinieran a socorrerla). Alejandro Roy tiene una voz interesante, pero el canto es sofocado y muscular, y el agudo, por más que se empeñe, es pura fibra. Carlos Alvarez es un cantante que a mí nunca me ha gustado, de emisión artificiosa y línea monocorde. El paso del tiempo lo único que ha conseguido es hacerlo más artificioso y más monocorde. Y por último, Amparo Navarro fue la única que intentó darle un mínimo de expresión a su canto, pero con los vicios generales ya apuntados, la cosa quedó sólo en intento.
Lo mejor vino del foso. Gómez Martínez, como es habitual en él, consiguió hacer sonar a la orquesta con un mínimo de dignidad, y aportó transparencia, exquisitez sonora y gusto por los detalles, pero… le faltó cintura y sandunga en los números más populares. La petenera, el zapateado y el preludio del tercer acto (que también incluye un zapateado), por ejemplo, resultaron académicos, metronómicos, sin gracia y sin garbo. En ese tipo de música o sueltas la pelvis, o dejas al personal como si estuviera en misa de doce.
Y el añadido teatral que se sacaron de la manga, a mí se me hizo eterno. Estaba currado y aportaba reflexiones interesantes, pero para otro contexto. En éste, parecía metido con calzador y distanciaba del asunto musical. Eran como dos historias paralelas que no acababan de confluir. Tanto es así que de un número musical a otro, se perdía el hilo de la zarzuela y ya no se acordaba uno de por dónde iba la historia, ni qué rayos había ido a ver.