Es muy gratificante, dado que es raro que ocurra, asistir a una función operística fundamentalmente por "vecindad", y encontrar una representación hermosísima, llena de buen hacer, buen gusto y auténtica emoción, y volver a sobrecogerte con la obra como las primeras veces que la escuchabas. Es lo que me ha ocurrido esta noche en San Sebastián con Rigoletto, primera producción propia de la incipiente compañía Opus Lírica.
En contra del parecer del público, a mí la auténtica triunfadora de la noche me ha parecido la soprano florentina Paola Cigna. Instrumento de cuerpo considerable, técnica de ley (perfectamente colocada toda la gama desde el Si2 de la notte d'orrore hasta el Re#5 de la cadencia de Caro Nome), pulcra ejecución (apenas algún amago de raspada en el paso al grave y algo de fatiga en los fortísimos agudos del terceto, antes de terminar la noche con un Lassù in cielo cercano a lo sublime), y sobre todo, excepcionales dotes de actriz que han brillado, fundamentalmente, en el electrizante acto II. Me intriga sinceramente por qué no se oye hablar mucho más de esta chica en muchos más sitios.
A quien se ha rendido el público donostiarra, con una verdadera ovación tras la invectiva, ha sido al muy apreciable Rigoletto de Giulio Boschetti. Voz robusta, que hace las delicias de los amantes de estos instrumentos, cada vez más escasos, agudos rutilantes (el Mib5 de Cigna, algo pequeño, ha dado paso a un huracán de Lab3 en la Vendetta), color nada feo, espléndida idiomaticidad y dotes interpretativas equivalentes, si no superiores, a los de su compañera, lo que hacía que la emoción desbordara cada uno de sus dúos. Para ser un Rigoletto del todo completo le ha faltado, en mi opinión, un mayor empleo de la media voz para envolver con una ternura también musical sus emocionantes momentos introspectivos (en todo caso, la media voz de la cuerda baritonal no es un tema nuevo...).
Espléndidas intenciones, aunque los medios no acompañaran siempre, los del joven tenor español Miguel Ángel Lobato. Acusó fatiga durante el tercer acto, pero, salvo algún giro puntualmente corto en el pasaje, ofreció un Duque solvente y muy musical. Nombre a apuntar en la agenda, pues el crecimiento artístico del mozo promete. Francamente bien el Sparafucile del (altísimo) bajo canario José Antonio García (es casi dos veces la soprano, y en consecuencia, su homicidio parecía visualmente un abuso desgarrador), algo menos bien por afinación y tempo (no por voz, que era resultona) la Maddalenna de Anais Masllorens.
Muy superior la dirección escénica de Nicola Zorzi a la artística de Diego García Rodríguez. El italiano, sin inventar nada extraño (el escenario consistía en cuatro torres modulares que se giraban creando los distintos lugares de acción) ha subrayado el aislamiento de Rigoletto y su progresiva degradación de forma casi física (la multitud de detalles lacerantes entre Boschetti, Cigna y el coro en el acto II, y perdonen que insista, ha sido de no creer) sin deslocalizar la historia ni caer en zafiedades. A tan grandes intenciones la dirección musical sólo ha respondido en parte. Expediente bien cubierto, conducido con cierto brío (la orquesta y el coro "Opus Lírica" se entendían formados ad hoc para la ocasión) y eficiente concertación (el difícil cuarteto, con los cantantes muy lejos unos de otros, ha ido como la seda), pero corta de vuelo revelador y de fantasía: poca "brumosidad" en el acompañamiento al dúo Rigoletto-Sparafucile, insuficiente aliento y reposo en las partes líricas (a partir del Tutte le feste ejecutadas con mayor abandono), y algún desajuste de mas, en especial, en el viento madera. Buen sonido en el coro, y apreciable Ana Otxoa, en el doble papel Condesa de Ceprano-Giovanna, encabezando un adecuado plantel de comprimarios.
_________________ Die Wahrheit ist bei mir, Mandryka.
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