Para celebrar mis 26 años yendo a la ópera me acerqué este fin de semana a Genova para ver
Fedora de Giordano, ópera tan difícil de ver últimamente, desde los tiempos en que Domingo, Scotto, Freni y luego, también Carreras, la proponían con asiduidad. El
Teatro Carlo Felice sito en la magnífica Piazza de Ferrari, prácticamente destruido en la Segunda Guerra Mundial, se reconstruyó manteniendo la fachada del siglo XIX, pero con una sala totalmente nueva que reproduce una fachada de palacio típico de la ciudad.
La soprano
concittadina Daniela Dessì se hizo cargo del papel titular. Después de más de 30 años de carrera como ilustre representante del gran sopranismo lírico italiano de raices Tebaldianas, la Dessì aún se mantiene en un estado vocal notable. Alguna nota oscilante y el desgaste en los extremos de la tesitura (que no impidió que la soprano se fuera al do optativo del final del dúo del acto segundo), no empañan un timbre que conserva esa belleza, esmalte, cremosidad y homogeneidad que le han caracterizado. El fiato ya no es el que era, pero la línea de canto, de alta escuela y el fraseo siempre aquilatado, impecablemente construido, redondearon una estupenda interpretación. En lugar del previsto Fabio Armiliato, el papel de Loris Ipanoff fue defendido con dignidad por el tenor Rubens Pelizzari que dió las notas con un timbre grato, pero resultó absolutamente plano como fraseador y como intérprete. Ayuno de calor, de ardor, de arrojo. Si cuando Loris y canta "Amor ti vieta", el relato de la muerte de Vladimiro o "Non voglio che muoia!" en la sublime escena final, ha de "pasar algo", esta vez no ocurrió.
Un desvencijado Alfonso Antoniozzi abordó De Siriex. En el papel de Olga Sukarev me encontré un ejemplar más de un producto bastante asiduo en la ópera actual. Una niña monísima con un tipazo y con menos voz que la psicofonía de un susurro de Ana Torroja. Habría que inventar la tipología vocal de "soprano comino" para poder encuadrar a Daria Kovalenko, que es como se llama la moza. Creo firmemente, que llegará un día en que veremos alguien sin nada de voz subirse a un escenario. Eso sí, seguirán diciendo que es ópera.
Pulcra, refinada y detallista la dirección del joven Valerio Galli a una orquesta con limitaciones, pero con una buena cuerda que hace honor al paisanaje del mítico Niccolò Paganini, del que puede contemplarse su legendario violín "Il cannone" en el Palazzo Tursi de la ciudad. Eso sí, faltó tensión teatral y emoción. En esta ocasión Umberto "abyecto" Giordano, fue poco abyecto
La producción de la pianista Rosetta Cucchi, con alguna idea ya muy vista y más bien fallida, funciona con pocos medios y sirve fielmente a la obra.