Ya tiene bemoles que de nuevo tenga que ser el menos indicado quien abra el fuego, pero parece que aquí no comparece nadie, así que...
Función de gala el sábado en el Euskalduna: lleno hasta la bandera, con presencia destacada del Todobilbao y de buena parte de la Legión Francesa (la de la Guerra Mundial, a juzgar por la edad). Acompañamiento de toses, tarareos y algún móvil.
En estas grandes ocasiones, hay que tener muy en cuenta las expectativas. Quien espere encontrarse al mejor Alagna probablemente se va a llevar un chasco. La voz acusa tiranteces, el control de las dinámicas ya no es el mismo, hay menos seguridad en los agudos. Algún ilustre forero ha cantado las excelencias de algunas interpretaciones recientes, pero mi impresión fue similar cuando le escuché el
Don Carlo en el Met hace un par de años. Desde aquel infausto Radamés, Alagna no ha vuelto a ser el mismo. Ahora bien, que quede claro: sigue siendo para mí el mejor Werther de la actualidad. Su timbre radiante, su centro ancho y consistente, su fraseo variado y esa capacidad para explotar todas las posibilidades expresivas de su idioma lo hacen imbatible. Tras un primer acto reservón, en el que incluso nos escatimó algún detalle (¿el primer agudo de
O nature no debería haber sido en piano?), fue entrando en calor y entregándose, forzando algunas de las costuras ya citadas, pero ganándose al respetable en los momentos estratégicos y echando el resto, como era de esperar, en el
Pouquoi me réveiller, que puso al Euskalduna patas arriba a pesar de no ser, ni mucho menos, el más redondo de su carrera.
Y hablando de expectativas, el caso contrario sería el de la grata sorpresa de Elena Zhidkova, una dignísima pareja de Alagna. Me costó recordar que se trataba de la misma Principessa de la reciente
Adriana de Viena. El sábado su timbre parecía más claro y su canto más ligado que en aquella ocasión, sin detrimento de una voz ancha, proyectadísima y muy segura en toda la tesitura. Podría enriquecer con algunos acentos más una interpretación que no siempre tuvo la calidez necesaria y, sobre todo, debería trabajar mejor los pasajes de canto más recitativo (después de unas
Lettres excelentes, su posterior conversación con Sophie no tuvo la misma fluidez).
Del resto del reparto hay poco que comentar, porque ABAO ya había echado todos los triunfos sobre el tapete. Manuel Lanza pasó sin pena ni gloria –ya me perdonará su “primo” el forero- y de Elena de la Merced, Stefano Palatchi y compañía lo mejor que se puede decir es que hicieron lo que pudieron con los instrumentos que tienen.
La otra merecida ovación de un servidor y de todo el público bilbaino se la llevó don Michel Plasson. Tenía muy reciente la dirección del afamado Philip Jordan en el vídeo de la Staatsoper para apreciar el profundo contraste entre un músico que pretende ser creativo divorciando la parte instrumental del conjunto de la obra y un intérprete sabio y sensible que pone su trabajo al servicio del compositor y de los cantantes, presentando un discurso fluido y transparente, acompañando cada voz y cada momento con flexibilidad e inteligencia y consiguiendo la máxima expresividad de una orquesta que no es de primera fila.
Por último, el hermanísimo David Alagna y su puesta en escena. Muy aplaudido. Mis vecinas de butaca lo pusieron como ejemplo de lo que le gusta a la gente normal y no esas mamarrachadas de ahora, etc. Pero mis vecinas de butaca no responden a mi idea de gente normal. Yo tampoco, claro. Así que me pareció que salvo un par de ideas más o menos resultonas (la "foto fija" en el
O spectacle, el Werther niño), no hubo dramaturgia, sino decorados e iluminación bien facturados –en ambos sentidos-. Eso sí, si el Warlichiski de turno llega a meter un zoo como el que desfiló, con perro ladrador incluido, lo echan a la ría.
A ver qué dicen los que saben, porque por allí estuvieron varios inmortales del foro, aunque algunos estén ya en otra dimensión. El encuentro con todos -a un par de ellos no les conocía personalmente- fue otro de los grandes momentos de la velada.
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Lástima que al final tuviera que salir disparado antes de que sonaran las doce y volviera a mi natural condición de ceniciento.