Día 23, primera de las funciones del llamado segundo reparto. La primera sorpresa que se llevaban ayer al llegar al teatro los espectadores del Liceu eran los importantes e imprevistos cambios que la hoja de reparto anunciaba con la mayor de las normalidades. Anja Kampe, la Sieglinde del primer reparto, repetía esforzadamente actuación. Eva-Maria Westbroek, inicialmente anunciada como Sieglinde, realizaba su probable debut mundial como Brünnhilde. Y Catherine Foster, la Brünnhilde de Bayreuth, debutaba también en la más grave tesitura de Fricka. Que tales cambios no tuvieran lugar sobre la escena no suscitó, sin embargo, tanta perplejidad como el minimalismo urbano llevado al extremo de un Carsen casi irreconocible, que con inesperada racanería apunta solo detalles de su genio como la sombra gigante de Wotan proyectándose sobre la batalla al final del acto segundo, o la soledad, el aislamiento y la pequeñez de Brünnhilde al fondo del escenario al cantar la frase bellísima, War es so schmählich, was ich verbrach. Poco, muy poco, para una obra que se tiene la sensación de que a Carsen no habría acabado de inspirarle ni de interesarle. Y la espada, que Siegmund extrae del fresno sin conmoción alguna, inspira menos temor que incredulidad en un escenario densamente poblado de metralletas y demás aparataje militar. Para solaz de los foreros ha de apuntarse que Wotan viste gabardina y que además se sube a una mesa.
El horror escénico, con todo, no era ni mucho menos tan absoluto como para que el director musical hundiese obstinadamente a lo largo de la función su vista en la partitura, sin más ni menos que ir dando las entradas a instrumentistas y cantantes, en lo que acaso de manera no totalmente voluntaria acabaría siendo un trasunto orquestal del minimalismo imperante sobre la escena, a modo de exaltación de la noción de acompañamiento (que no dirección) orquestal, sin nada en particular que decir acerca de esta obra. Y sin sorpresas, en este caso, en cuanto a las limitaciones patentes de una orquesta que definitivamente no despega.
A una dirección escénica discreta, una dirección orquestal discreta y una orquesta discreta correspondió un reparto, en su conjunto, discreto. La sorpresa positiva de la noche fue comprobar que Westbroek, por supuesto nei panni di Sieglinde, vuelve por sus buenos fueros tras una serie de actuaciones más que dudosas y de incursiones más que inciertas en diversos personajes. La voz probablemente no sea ya tan tersa y radiante por arriba como lo era hace siete años, cuando cantó este mismo personaje con Simon Rattle en Aix, y ni siquiera hace dos años, cuando lo incorporó (en concierto) con el mismo director en Berlín, pero quien tuvo retuvo, y basta que ella abra la boca sobre todo en el primer acto, para que la intensidad de la función se eleve de golpe, con una inteligencia en los acentos que parece surgir tanto de su experiencia previa con el personaje como de su pura intuición musical. Solamente por escucharla merece la pena asistir a la función. Positiva también la valoración de una Foster, por supuesto nei panni di Brünnhilde, que ciertamente evoca menos el carácter de una guerrera indestructible que el de una adolescente esforzada y valerosa, porque la voz no es de acero y transmite vulnerabilidad, pero que sabe otorgar en cada momento a su personaje el carácter correspondiente a la situación y logra en el gran dúo final del acto tercero transformarse en la mujer ya madura, que moldea su propio destino. Voz considerable la de Jerkunica, aunque pintó un Hunding acaso más canallesco de lo conveniente; y por mucho que gesticulase con violencia, sus acentos no sonaban muy amenazantes. Menciónese al menos que Katarina Karnéus fue la Fricka, aunque ha de darse la razón al teatro en cuanto a que pasó más bien inadvertida. No puede por desgracia decirse lo mismo de tenor y barítono, pero en este punto haremos que descienda el telón.
_________________ À partir d´un certain âge, la vie devient administrative - surtout (Houellebecq)
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