¡¡¡ MENUDA PEDRADA !!! Ayer estuve: ¡Vaya piedra, ladrillo, o bloque de hormigón!. Menudo rollo macabeo, o mejor dicho, tostón malayo que nos tuvimos que apretar. Un desarrollo musical más lento que el caballo del malo, una ensalada insufrible de contratenores desafinados, sopranos del mundo de Liliput, bajos, tenores, barítonos (o baritenores sopranistas o lo que sean) engolados, sin proyección, voces planas y para colmo destempladas (cosas sorprendentemente compatibles), silencios insoportablemente largos, partes habladas interminables mal declamadas encima y para colmo de males la encargada de tal tarea debía de estar resfriada o algo así, porque estaba constantemente ronca y con ese incómodo gargajo que no deja de raspar y que ayudó a sufrir aún más una obra de un tamaño alocadamente desproporcionado en el que la gran víctima de la noche, Henry Purcell, sirve de excusa para encerrar en un teatro durante tres nunca antes tan largas horas a un aforo y explicarles una historia que no da más de sí que el chiste de mis tetas. Pero he ahí que llega el señor Peter Sellars y su peor enemigo -su peluquero- y se encargan de confeccionar la parte visual... o visual - musical - pasticciera o lo que sea esto. Al parecer el bueno de Sellars lleva rondando al coco la friolera de... ¡¡3 décadas!! para poder confeccionar este trabajo que podemos presenciar estos días en el principal recinto lírico de Madrid, si bien tendría excusa para poder ser realizado en un auditorio, un museo, en una sala de teatro alternativo, un bar, la plaza del pueblo, en un puticlub, etc. Pero bueno, tenida cuenta la nueva faz del Teatro Real como recinto multiusos que quizás algún día vuelva a capitalizarlos la ópera (quién sabe), damos por válida su inclusión en el programa. Dicho lo cual 3 décadas me parece un período temporal demasiado corto para llegar a compilar un acervo tan extenso de sin sentidos, de ballets absurdos (con bailarines paquetillos), de pinturas a cual más fea, de movimientos escénicos excéntricos, cuando no cursis pero siempre cargados de insignificancia y un vestuario digno del más cutre festival veraniego de colegio infantil. Salva los muebles un coro que posee un material vocal de órdago a la grande, unas voces con un empaste grimosamente perfecto y una técnica y sapiencia del arte a capella de altísimo voltaje. Las ideítas del pitagorín de turno Sellars, el flojísimo pretexto musical y las maniobras orquestales en la oscuridad de Teodor Currentzis hacen a la gran formación vocal invitada desde Perm un paupérrimo favor. También la orquesta viene de Perm, ciudad en que viven casi un millón de almas al pie de los Montes Urales aún en la parte europea de Rusia: vamos, al ladito: ¡estamos que lo tiramos!. Mataría por ver un recital barroco o renacentista de este coro en la sala de cámara del Nacional, pero igualmente mataría a aquel que se le ocurriera ofrecerme una entrada para volver a ver este pasticcio llamado “Indian Queen” sin que me ofreciera un caché de 6 cifras por volver a tratar de pasarlo. Al parecer hay una novela nicaragüense por ahí de la que se recogen los textos, que se suman a música de Henry Purcell y de su hermano, a la que se suma más música del propio Purcell de otras cosas... métalo todo en la termomix, sale el pertinente puré, y venga, a sopar. Porque hemos llegado a ese punto, al punto de tener hasta morbo el ofrecer obras maratonianas en las que parece ser que el que llega es coronado no con medalla sin con gafa de pasta de color verde y ya digno de pertenecer a todo lobby a la más última. Es como un “a ver si tienes los huevos de soportar esto”, y entonces estás preparado y eres digno de, y si no, es que te quedaste tan corto que no pasas de Verdi y Wagner, a los que en toda ciudad con teatro de ópera digno o medio digno del planeta este año 2013 del bicentenario del nacimiento de ambos su programación les está teniendo en cuenta cuando no homenajea y , sin embargo, el Teatro Real de Madrid viene en este sentido a ser una especie de aldea de Asterix y Obelix en la que podemos presumir de ¿todos? , no: todos no!, Nosotros vamos por Indian, por Mexico, por Ainadamar, etc. Eso sí, sin reparar en gastos ni dejar de contratar producciones con cachés inmorales, a gente de todos los continentes, mientras sales y te encuentras con basura por la calle (me abstengo de hacer el símil fácil con respecto a lo que se ve dentro de la caja escénica del Real...): por favor, que deje de producir pócima ya el Panoramix de turno que trabaje en el Real y podamos ser simplemente uno más y encima más baratito. Lo dicho. La pedrada, gran ladrillazo ha sido fina serafina. Lo dividen en dos bloques: cada cual de forma individual, no se equivoquen, tiene categoría más que de sobra para seguir siendo considerado un ladrillo del tres. Curiosamente el primero resulta solo insoportable, pero el segundo, que con crono en mano es más corto, es asombrosa, soporífera y apabullantemente aún más insufrible. Me pasó con la reina de de nombre y sitio impronunciable lo mismo que en su día me pasó con San Francisco en la “Gran Nada”: deseando que se muriera de una bendita vez, por favor. No describo la reacción final del público porque según pitó el último acorde, tiramos millas. Sí se adivinaban ovaciones de desagravio por las escaleras; sólo la inicial y merecida al grupo coral tuvo más calidez. Hubo quien aprovechó el descanso para dejar de auto torturarse, no de una manera tan masiva como, por ejemplo, en la “Gran Nada” (éxodo sin precedente e imposible de superar en el futuro), pero sí de cierta y seria consideración. Es lo de menos, porque entre los que se quedan hay gente, como quien escribe, que estoy plenamente seguro que sufrió más que el que decidiera cortar de forma anticipada: cosas del remordimiento por el dinero invertido (más en estos días) o del llevar a gala como lema el no abandono aunque duela.
Señoras y señores. Ya sin acritud, ni retranca, ni ironía, ni si quiera de ganas de imitar a un crítico musical voraz e implacable. Debemos preguntarnos y plantearnos a qué queremos jugar en el Teatro Real. Nadie duda para nada que este tipo de propuestas y otras puedan tener su público, su proyección a futuro e incluso su éxito: estupendo y razonable. Pero es que nos hemos empeñado en meter en un mismo saco cosas completamente distintas, que no se circunscriben a nada juntas salvo que sí, son artes escénicas con música, con el inmenso océano de creaciones que ello implica considerar y por lo tanto imposible y completo absurdo tratar de gestionar. Al final poco o nada pinta aquí el aficionado a la ópera más clásica, tampoco a la barroca, a la romántica, ni a los performances, a los pasticcios, a las “semi óperas”, … Eso de que en la vida hay que probar de todo nunca lo he comprado ni lo creo. En serio pienso que hay que reconducir el tema y montar ciclos, diversificar la oferta, o en todo caso, replantearse la idea de la programación de forma que satisfagamos la demanda de cada cual de forma separada y todos estarán contentos, los productos serán más rentables, y no tendremos más incógnita que despejar cuando vamos a una representación que la de saber si la ejecución técnica e interpretativa será buena o mala (pero esto es una segunda parte, muy a años luz de la primera). Me va a dar mucha pena, pero tras haberlo mantenido desde su reapertura en el 97, tengo claro que no voy a renovar mi abono: la sensación de estar perdiendo el tiempo y el dinero me da aún mayor reparo que tal apego a un abono, que por otro lado, el contexto ha cambiado, y hoy día pegas una patada a un bote y compras tres. Veo más prudente no renovar y volver a captar un abono cuando la programación del teatro vaya en una línea similar del 95% de los teatros de España, Europa y mundo, y en ese interim ir a los tres ó cuatro títulos que por temporada interesan a un mortal como yo. Haría lo mismo si fuera un abonado de “Ibermusica” y de repente las sinfonías de Bruckner, Sibelius o Shostakovich o los conciertos de Brahms o Beethoven, pasaran a ser testimoniales en aras de semi conciertos de cámara, recitales de laúd o declamaciones de un triste finlandés al son de fados portugueses: todo lo fácil que se ve este hipotético caso es exactamente lo que pasa a día de hoy en el Real; veo vital pues reconducir el tema y dejar de una vez de meter en un mismo saco a públicos, títulos y nombres propios que prefieren vivir separados y en paz, que casados y sin quedarles otra que el ajo y agua.
_________________ Harmoniously, NICO
|