Apenas unas horas después de la función, la primera crónica que leía (EFE) se refería a un "Otello de excelencia" y señalaba a dos protagonistas, Kunde y Mehta. Y concuerdo en un 80%.
Salí de la representación con cierta desilusión del trabajo orquestal. Porque creo que Mehta optó por un rutinario tempo lento, de principio a fin, y por el camino se dejó escenas completas faltas de tensión, como el concertante final del tercer acto, el dúo final del segundo acto, y yo incluso eché de menos más fuerza e intensidad en la tormenta inicial. ¿Afea eso el trabajo del director? Creo que no del todo, pero le resta esa pizca de perfección que completa una función. Además, por momentos me pareció que las secciones no sonaban delineadas, nítidas, como reclamarían algunos pasajes. Detecté cierta rutina por primera vez en esta orquesta, que no en la batuta, ya que me regaló una "Turandot" en Florencia con el piloto automático puesto. La gran sorpresa fue la puesta en escena de Davide Livermore, un trabajo de diez. De diez, porque utiliza un escenario único y sobre él va planteado los conflictos de la ópera. Es un suelo en forma de espiran, que evidentemente simboliza los celos, la violencia, el odio. Espectacular la llegada del moro, bajando del cielo, tras la tormenta, y lanzando el poderoso "Esultate". No menos impactante la plasticidad y efectismo del "Credo" de Iago, con la sala teñida de rojo, o ese "Dio mi potevi" donde sitúa a los dos personajes como sombras el uno del otro. Creo que es una producción muy trabajada, con pequeños detallitos que la convierten en sobresaliente. Por cierto, se verá en Bilbao.
Y luego los cantantes. Kunde es, a sus 59 años, el mejor Otello posible en estos tiempos. No sé si eso es bueno o malo, si se justifica por la crisis de voces que sufrimos, o si es una reivindicación para un cantante maduro, con un instrumento gastado pero que sabe de qué va la cosa esta del canto. Hay fraseo, hay sentido de la musicalidad, hay intenciones, y hay un desempeño sobre el escenario encomiable. No se esconde cuando se exige fuerza y atacar notas altas, pero tampoco rehuye si hay que apianar y buscar una interpretación más íntima. Un desempeño apabullante, y el público se lo reconoció. Él mismo reconoce que está entrando en la psicología del personaje, y aunque ponga siempre como modelo a Domingo, en verdad está sintiendo a Vickers. María Agresta tuvo dos caras: los tres primeros actos, y el cuarto. En su escena, sorteando los tempi letárgicos de Mehta, se descubrió una vez más como una soprano lírica exquisita, por más que su voz no sea enorme ni especialmente hermosa. En los tres actos anteriores, se mantuvo dentro de la corrección. Yo no me enamoré de ella en su dúo del primer acto. Y si eso no pasa, malo. Y Carlos Álvarez, claro. Es una buena noticia que recuperemos a este cantante, porque tiene cosas que otros no, como su elegancia, su fraseo, su manejo de las dinámicas, su nobleza. El canto planote que en alguna ocasión se le achacaba yo no lo ví anoche. Pero lo que sí vi es un instrumento que no es el que era, con menos volumen, y sobre todo, con dificultades serias por arriba. Quiero y deseo que esto no sea sino un punto de partida para que recupere su mejor forma, si acaso eso es posible... El resto, pues digno, sin más. No deslució en absoluto a un moro arrebatador, una esposa ingenua y dulce y un conspirador maquiavélico y cruel.
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