Madrid, 13 de julio de 2023.
Esta temporada del Teatro Real, que ya se acerca a su final, ha estado consagrada a Orfeo. Tres óperas sobre su figura hemos tenido oportunidad de ver sobre el escenario del Real: Orphée, de Philip Glass, L'Orfeo de Monteverdi y ahora una de las óperas más importantes del siglo XVIII: Orfeo ed Euridice, de Gluck. Conocida por la famosa aria del protagonista, "Che farò senza Euridice", esta obra supuso una revolución en su momento: Gluck simplifica las convenciones de la ópera seria para simplificar la acción y hacer que el drama sea más fluido. La obra es una azione teatrale, donde se incluyen danzas y coros, en una historia mitológica, en este caso la del trágico bardo Orfeo y su amada Eurídice, por cuyo amor es capaz de ir a buscarla al Inframundo. El éxito de la ópera supuso una influencia para futuros autores, y en el siglo siguiente, la versión francesa fue interpretada por mitos del canto como Adolphe Nourrit, en la versión para tenor (en época de Glück, se llamaba haute-contre) y Pauline Viardot. En la historia reciente lírica madrileña, se ha interpretado varias veces, en 2008 Juan Diego Flórez la cantó en su versión francesa para tenor, y fue grabada en disco. En 2014, volvió en una versión para danza, con la coreografía de la legendaria Pina Bausch. Ese mismo año, Mark Minkowski la dirigió en el ciclo Universo Barroco en el Auditorio Nacional.
Ahora vuelve a Madrid, en versión concierto, en el marco de una gira europea a cargo de René Jacobs, y la Freiburger Barockorchester (la Orquesta Barroca de Friburgo). Jacobs es una leyenda viva, gracias a sus magníficas interpretaciones de la música barroca y del clasicismo. A sus 77 años (y visiblemente frágil y cansado), Jacobs volvió anoche al Real para dar una interpretación sensible, intimista, camerística de la obra. Si bien durante la radiante obertura las cuerdas se escuchaban un poco inanes (no así la potente percusión), durante la obra la orquesta se decantó por una lectura bella, apacible de la obra. El viento tuvo una noche gloriosa, como en el aria Chiamo il mio ben così o la escena en el Elíseo. Del mismo modo el arpa en la escena en la que Orfeo canta a los espíritus del Hades tuvo un momento de gran lucimiento. La capacidad teatral de esta orquesta quedó de manifiesto en esta última escena, en la que sonó con fuerza, recreando los estridentes sonidos del inframundo. Otro momento etéreo fue la Danza de los Espíritus, interpretado con una belleza casi espiritual, donde además el oboe tuvo protagonismo. El ballet final fue dirigido con la misma belleza apacible. Aunque por otro lado, tanta solemnidad también hace que se pierda el ímpetu y el dramatismo en buena parte de la obra, excepto en el tercer acto. Fue en el dúo entre Orfeo y Eurídice cuando la representación tuvo la tensión dramática y teatral que no tuvo ni antes ni después. El RIAS Kammerchor tuvo su momento de lucimiento en el segundo acto, al dar vida a las criaturas del inframundo, aunque en general estuvieron bien en toda la obra. Llama la atención el buen ambiente que la agrupación transmite cuando actúa sus intervenciones en la segunda parte.
Helena Rasker, con una bella voz de contralto, y un timbre oscuro, aunque no siempre generoso en volumen, consigue sacar adelante el personaje de Orfeo. Si bien la técnica es en su mayoría impecable, no obstante resulta fría en los dos primeros actos. Bien cantado el aria Chiamo il mio ben così, e igualmente en la escena del acto segundo, centrada más en el lado musical. En cambio en el tercer acto, se entregó a la tensión teatral, y ya que esta parte fue actuada, transmitió la desesperación del personaje por no ver a su amada. Cantó con todas las florituras y ademanes posibles la famosa aria, Che Farò senza Euridice, que sin embargo no fue el mejor momento de la noche, siendo este la primera aria.
Sin embargo, la interpretación más redonda de la noche fue a cargo de Polina Pastirchak como Eurídice. Esta soprano húngara ha sido una agradable sorpresa: una voz de volumen generoso, un bello timbre de base lírica con un toque oscuro, dramático y una dicción impecable. Y al mismo tiempo entregada a la tensión teatral en el tercer acto.
Giulia Semenzato interpretó el rol de Amor, bien cantado y también actuado, dando vida a un personaje pícaro.
El teatro estaba lleno hasta la bandera, colgando el cartel de "no hay entradas". A la vez que la representación, había en otra parte del teatro un evento del periódico Cinco Días, ya que había muchos coches y muchos curiosos mirando en los aledaños del teatro, ya que al acto asistió el Rey de España. Volviendo a la representación, no se sabe si por desconocimiento o porque Jacobs no lo facilitó, no se aplaudió ninguna aria, ni siquiera la más famosa. Pero a juzgar por los aplausos finales, dirigidos principalmente a Rasker y Jacobs, el público sí supo recompensar la que fue una bella noche de lírica.
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