La presentación del sopranista venezolano Samuel Mariño en el ciclo "Universo Barroco" del CNDM fue, a la postre y para quien esto escribe, un ejemplo más de gallinismo clueco (ya saben que detesto la voz de los contratenores), pero esta vez personificado en un jovencísimo intérprete que, en mi opinión, supo meterse al respetable en el bolsillo no tanto por lo que ofreció desde el punto de vista vocal (o, al menos, no sólo), cuanto por su desparpajo, perspicacia y, sobre todo, habilidad para, a través de una cuidada puesta en escena, presentar un espectáculo inhabitual en el encorsetado y formalista contexto de la llamada "música culta", pero de los que tenemos numerosas muestras en el ámbito de la ligera (ahí están, por ejemplo, David Bowie, Prince, Boy George o Falete para demostrarlo). Lo cierto es que al final de la velada, y tras los acostumbrados bises, el público asistente --que, tras una primera sorpresa, ya había manifestado una clara simpatía por Mariño desde que hizo su primera aparición y sin haber abierto la boca-- se mostró como enloquecido; los teléfonos móviles (muchos teléfonos) se levantaron impúdicos y, desafiando la prohibición de ser usados dentro del recinto para grabar sonido y vídeo o sacar fotografías, empezaron a funcionar para dejar constancia imperecedera del momento vivido y tomar imágenes del divo (y, de refilón, imagino, del resto de intérpretes); una muy estimable cantidad de personas se puso en pie eufórica y no dejó de lanzar "bravos" y de aplaudir a Mariño como nunca antes he visto hacerlo a otros solistas participantes en estos ciclos de "Universo Barroco". Pero lo cierto, al menos así me lo pareció a mí, es que tampoco habíamos escuchado nada realmente tan cautivador, único y distinto como para levantar semejantes pasiones y tales parabienes; nada superior a lo presenciado otras veces sobre el mismo escenario (si exceptuamos, claro está, la llamativa puesta en escena ya señalada). Y para demostrar lo que digo, remito a la acertadas críticas que se han ido publicando estos días, reiterando que ni la parte estrictamente instrumental --debida al grupo Concerto de' Cavalieri-- fue como para tirar cohetes, ni la vocal tan apabullante como pudiera dar a entender el desmedido fervor del respetable. ¿Qué ocurrió entonces? Mi conclusión, ya lo he apuntado arriba, es que el curioso vestuario del sopranista, la calculada ambigüedad sexual con que Mariño se presentó al público --marca de la casa, al parecer, por lo que he podido ver en vídeos, entrevistas y artículos--, y lo disruptivo (y novedoso) de ambos elementos al presentarse en el entorno de un edificio de música clásica, jugaron, a mi entender, un papel decisivo en el "clamoroso" éxito que se vivió anoche en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Madrid, con uno de los peores recitales que se han visto hasta el momento en el ciclo "Universo Barroco".
_________________ "Tornate all'antico e sarà un progresso" (Giuseppe Verdi, compositor y genio).
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