Aida (Verdi). Chicago Symphony Orchestra. Symphony Center. Chicago. 23-VI-2019
Como siempre, el cierre de la temporada de la CSO de Riccardo Muti es una cita ineludible. Y más este año, pues se trataba de una representación de concierto de Aida (por desgracia, eso sí, de concierto estricto, todos con el atril delante, podían haber dinamizado un poco la cosa).
El reparto era atractivo sobre el papel aunque, no nos engañemos, el atractivo principal ver a la que puede ser la mejor orquesta verdiana del momento en una obra maestra de orquestación. Y no decepcionaron. Desde el principio me recordó a otra memorable exhibición orquestal que he tenido la suerte de ver recientemente: la Frau del sesquicentenario en Viena con Thielemann. En ambos casos pudimos disfrutar de un virtuosismo prodigioso por parte de los músicos (con especial mención para las maderas en el caso de Chicago) y una dirección impresionante, capaz de resaltar cada mínima filigrana en la partitura y de pasar de los momentos más íntimos a los más espectaculares. También en ambos casos si se puede achacar algún defecto sería un inicio algo lento.
En el Symphony Center tenemos a un Muti obsesionado por demostrar que la música de Aida no es «chimpunera» y de revelar todos sus detalles y sutileza. Quizás para alguno se haya pasado de frenada, en detrimento de la tensión teatral, algo parecido a Chailly con su reciente Attila, pero yo francamente no lo pienso: Aida no es Attila.
En el reparto, la Aida anunciada, Krassimira Stoyanova, canceló por un catarro y en su lugar llegó, sin ensayos con la orquesta pero sí algún contacto previo con Muti, la joven Elaine Álvarez. Empezó visiblemente nerviosa, con la voz atascada en la garganta, pero en el segundo acto la liberó un poco. Muti estuvo especialmente pendiente de ella y la ayudó bastante. La voz era capaz de cierto lirismo, aunque pasó por encima de todo tipo de detalles en la partitura (y no digamos de las indicaciones dinámicas) y los agudos estaban estranguladillos. Me sorprendió la malísima dicción, para una cantante hispana.
Como Radamès, teníamos a Francesco Meli que, visto el panorama, es de lo mejor que se puede encontrar hoy en día. Por otra parte el estilo «intimista» de la función le sirvió para llegar al final. A partir de ahí, lo habitual: comunicativo, buena articulación, agudos con dificultades. Cumple, pero no entusiasma.
La que sí entusiasma y se llevó por delante a todos sus compañeros de reparto es Anita Rachvelishvili, quien ha dado incluso un pequeño salto de calidad respecto a su Amneris metropolitana del pasado septiembre. Esto sí es una voz de ópera y una intérprete con garra (acojona cuando dice aquello de «venga a rapirmi l'amor mio... se l'osa!»).
Bastorro el Amonasro de Kiril Manolov, con voz pero poca gracia. Como Muti tiene tirón se permitieron un casting de lujo para Ramfis Ildar Abdrazakov y el Faraón Eric Owens, los dos bastante bien. Abdrazakov cumple y con buen estilo como siempre, pero con sus limitaciones de siempre también en estos papeles de bajo. Y Owens mejor de voz de lo que lo he visto nunca, creo. La sacerdotisa de Tasha Koontz apuntó maneras, casi daba ganas de oírla como Aida.
Como siempre en la CSO, merece una mención muy especial el coro, fantástico y en esta ocasión especialmente impresionante en sus variaciones dinámicas.
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