LISE DAVIDSEN, TEATRO COLÓN, A CORUÑA, 12 DE SEPTIEMBRE
El pasado domingo 12, asistí en A Coruña al impresionante concierto de Lise Davidsen. Me cuesta enormemente poner palabras a lo que escuché y sentí, pues me quedé noqueado con semejante prodigio de voz. Hay que insistir que los Amigos de la Ópera de A Coruña son unos cracks y volvieron a demostrar que saben hacer las cosas como nadie.
Acompañaba la Orquesta Sinfónica de Galicia, que para mí es una clara candidata a la segunda mejor orquesta española, dejando el primer puesto para la de Les Arts de Valencia. La OSG tiene, entre otras muchas cualidades, una cuerda cálida y de sonido empastado, que ya la quisiéramos en el Real, y fue dirigida estupendamente, con el conocimiento y la profesionalidad de José Miguel Pérez Sierra. Es un lujo disponer de semejante orquesta para los conciertos operísticos.
Al llegar, yo que había sacado una entrada en la fila 3, me encuentro que en realidad era la fila 1, de manera que tenía al director de orquesta a poco más de dos metros, y a la soprano un poco más lejos, pero muy cerca, por lo que me quedo francamente preocupado de que pueda ser una experiencia atronadora y francamente molesta en ocasiones por exceso de decibelios. Aunque la Señora Davidsen tiene un volumen descomunal, nunca es hiriente y mis oídos no sufrieron por la cercanía, al contrario, gozaron de su cálido chorro de voz que, salvando las distancias, me evocaba a la legendaria Flagstad por la morbidez y la calidez, y a la Nilsson, porque su voz puede tornarse como un haz de laser que puede atravesar cualquier orquesta sin despeinarse (aunque este no era el caso al estar ella delante). A veces hemos escuchado a sopranos wagnerianas con voces un punto agrias, duras y estridentes. Este no es el caso, hay mucho lirismo y dulzura en su voz. Todavía no ha llegado a ser una spinto auténtica y menos una dramática, pero se la ve una mujer inteligente, que quiere llevar una carrera lenta y midiendo muy bien los pasos. Además de su impresionante voz, tiene una presencia carismática, tiene “ángel”, “encanto”, transmite serenidad, equilibrio y sencillez; no me extrañaría que practique mindfulness y sea una gran meditadora. Se le nota una gran implicación en los personajes que canta, cuidando mucho los aspectos interpretativos.
Empieza el concierto y tras una animada y bien ejecutada obertura de I Vespri Siciliani, aparece la diva noruega, que va a comenzar con Tu che le vanità. Me pregunto si no será demasiado arriesgado empezar con un aria de esa envergadura, habiendo podido elegir algunas canciones de Grieg para calentar la voz. Pero después de la bellísima y solemne introducción orquestal, abre la boca y con total seguridad, aplomo, convicción y un chorro de voz que era pura gloria, comienza a desgranar el aria. Es de esas cantantes que nada más abrir la boca ya te ha situado en la excepcionalidad. No tiene que esperar a calentar la voz, el nivelazo está ya, de primeras. No será lo que entendemos por voz verdiana, desde luego, pero ese sonido oscuro, aterciopelado, con un legato maravilloso, una voz densa, corpórea, tan diferente de las sopranos que actualmente cantan esta música, que no es que no sean lírico spintos, sino que no llegan ni a lírica plenas, nos encontramos con la soprano noruega que podrá estar muy cerca de ser una lírico spinto, y que además de un centro y un grave como pocas veces escuchamos, tiene un registro agudo poderoso, con pegada, expansivo. Ella ha manifestado que no se ve en condiciones de afrontar una Elisabetta completa, pero desde luego el aria la interpretó soberanamente bien. Mitchum me comentaba a la salida que la voz era magnífica, impresionante, pero que no tenía la italianità deseada, y tendrá razón en ello, pero una voz tan rica y suntuosa es un lujo al que no estamos acostumbrados. Después de escuchar a Netrebko en este aria, en su bolo-recital del Teatro Real, pensé que no volvería a escuchar algo con tanto nivel, pues la rusa estuvo impresionante, pero ahora no sabría elegir entre una u otra.
Cuando luego la soprano noruega abordó el Ave María del Otello verdiano, no podía ni imaginar que se iba a defender tan bien con las medias voces, las regulaciones y las notas emitidas en piano. Había escuchado previamente su interpretación en disco, pero en el Colón estuvo muchísimo mejor, con más lirismo y delicadeza, y haciendo estupendamente las partes que son en una especie de parlato o recitado. Supo mostrar la fragilidad y vulnerabilidad de Desdémona. Especialmente el ascenso al final al agudo, a modo de “escalera de cuatro escalones”, atacando el agudo final en piano, largamente mantenido, con seguridad, con un sonido puro y terso, me hizo disfrutar enormemente. Este aria, con frecuencia, la interpretan sopranos que no llegan a lírico puras, sino a lírico ligeras incluso, por lo que es una gozada escucharla con una voz con más cuerpo y densidad pero a la vez plena de lirismo.
El Pace, pace, pace mio Dio, desde mi punto de vista, estuvo menos logrado que las piezas anteriores. Para una voz de su tamaño y opulencia no es sencillo afrontar la messa de voce inicial, por lo que empezó un poco más en forte y más bruscamente de lo que desearía (está uno mal acostumbrado, después de habérselo escuchado en esta misma ciudad a Angela Meade y a Sondra Radvanovsky en las penúltima y antepenúltimas temporadas, y lógicamente estas sopranos tienen mayor facilidad para regular la voz, en el caso de Sondra quizás hasta más meritorio al tratarse de una voz bastante grande) pero una vez llegó a la máxima intensidad del “Paaaace”, supo recoger la voz con suavidad, haciendo la regulación en descenso. No obstante, tuve la sensación de que en este aria no estaba tan cómoda como en el resto. No sé si es una cuestión vocal o interpretativa. En cualquier caso, afrontó el ataque en piano de “invan la pace” estupendamente, sin titubeos, con seguridad, y desde luego el agudo final en Maledizioooooo fue absolutamente impresionante, sonoro, poderoso y con fiato generoso.
En el aria de Leonora de Fidelio, se le nota que es una ópera que tiene bastante rodada, diferenciando bien las atmósferas entre la primera parte y la segunda, y comodísima cantando en alemán; no obstante, su italiano, antes, me había parecido bastante razonable. Aunque mi grabación de referencia es la de Flagstad con Bruno Walter en el Met, en 1941 (estupenda restauración la de Andrew Rose en Pristine Classiccal) mucho más que otras más recientes, Davidsen merecería grabar su versión para la posteridad por la combinación de fuerza y lirismo que consigue.
Cuando cantó “Es gibt ein Reich” de la Ariadne straussiana, me di cuenta que le queda como un guante, y que normalmente escuchamos a sopranos que no tienen el suficiente empaque para afrontar este papel y es que la Davidsen tiene un estupendo registro central y grave y un generoso e imparable agudo.
El expansivo y extrovertido Lied straussiano “Cäecile” fue cantado con exuberancia vocal y estupendamente secundada por Pérez Sierra y la orquesta.
El “Dich, teure Halle” de la Elisabeth del Tannhauser, confirmó que hoy por hoy está muy cómoda en los papeles wagnerianos más líricos. Espero que sabiamente no dé pasos precipitados hacia otros roles wagnerianos que pudieran afectar a la dulzura de su instrumento; por las declaraciones que ella hace parece que lo tiene claro. Escuchar una interpretación tan pletórica es una gozada.
Nos quedamos todos tan conmocionados que empezamos a patear y a reclamar la presencia de nuestra diva en el escenario. Nos regaló entonces un “Du bist der Lenz” como nunca he oído en directo; claro que son pocas las funciones de Valquiria que he escuchado en vivo. Pero con frecuencia las Siegliendes que podemos escuchar en los teatros, siempre se me quedan un punto escasas. Vocalmente Davidsen estuvo estupenda, pero yo que tengo debilidad por los welsungos, que son de los personajes operísticos que más me emocionan y más me llegan al corazón, confieso que, si bien el momento es de alegría y emoción para Sigliende, siempre subyace el sufrimiento y la opresión que ha vivido esta mujer y que algunas sopranos del pasados han sabido expresar con multitud de matices, más allá del canto expansivo y generoso de este fragmento, y esto es algo que yo eché en falta, pero estoy seguro que la soprano noruega acabará siendo una Sieglinde de referencia, si tenemos en cuenta que solo tiene 34 años.
Como el júbilo y el pateo seguían, finalmente nos ofreció, como cierre del concierto, el sublime y emocionante “Morgen” de Strauss. Pocas veces he escuchado un silencio tan grande, una escucha tan concentrada. Davidsen cerró así, el concierto, con broche de oro, ofreciendo una interpretación sentida, profunda, conmovedora….
Cuando luego la saludamos a su salida por la puerta de artistas, nos impactó como esta mujer de enorme estatura, es de una sencillez y educación extraordinarias.
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