Desconozco el motivo, pero el 310505 se ha publicado un artículo en La Vanguardia sobre el Parsifal del Liceu de enero-febrero; os lo copio porque hasta a mi me ha parecido interesante
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Parsifal en Barcelona
LA OBRA NOS recuerda que el hombre no puede claudicar ante el reto de poner coto a la barbarie
BENET CASABLANCAS - 31/05/2005
El retorno de Parsifal al Liceu ha sido un acontecimiento cultural de primera magnitud. La obra postrera de Wagner ha regresado a nuestro coliseo en una producción brillante en lo vocal, muy estimable en lo orquestal y obviable en lo escénico, aunque esto no perturbe el desarrollo de la función. La obra, pródiga en páginas de una belleza y fuerza expresiva inigualables, es la síntesis suprema del arte de Wagner, el estadio último de desarrollo de su lenguaje, en el que la pasión inextinguible y compulsiva de Tristán será tamizada por la luz crepuscular y serena de la obra tardía.
No es fácil destacar un pasaje determinado, maravillados por la unidad orgánica de toda la obra, por su lenta pero inexorable gradación tensional. La evocación de Herzeleide por Kundry, el sortilegio de la música de Klingsor, en el umbral de la atonalidad, la furia desgarrada de Kundry anticipando Elektra de Strauss, la contemplación panteísta de la naturaleza del Encantos del Viernes Santo, cuya orquesta prodigiosa anticipa las tornasoladas cualidades tímbricas de Debussy, o la grandiosa música fúnebre de Titurel, penetrada por hirientes disonancias, premonitoria de la violencia expresionista de Gurrelieder de Schönberg, son algunos de sus puntos álgidos. Las obras de arte más grandes suman a sus logros y cualidades intrínsecos su poder visionario. Testigos de su tiempo, herencia y desarrollo del pasado, se constituyen en espejo del futuro, para devenir intemporales, proyectando al presente de todos los tiempos su fuerza interpelante. Calvino subrayó la singularidad del texto clásico, que con el tiempo incrementa su grosor semántico y vigencia significativa. Parsifal corrobora dicha condición más allá de la historicidad de su carpintería teatral o la ambigüedad de su tramado ideológico-simbólico, abierto a lecturas múltiples, incluidas las que provocaron el rechazo de Nietszche.
Si tuviéramos que señalar un punto concreto donde la grandeza de esta música se nos hace más imperiosa, deberíamos referimos a la denominada música de la transformación del primer acto, breve interludio orquestal que sigue a las enigmáticas palabras de Gurnemanz, "aquí el tiempo deviene espacio", en las que se ha llegado a ver un atisbo de la relatividad einsteniana.De forma repentina, y abandonando la contención anterior, asistimos sobrecogidos a la eclosión de una orquesta magnificente, que despliega sus ondas expansivas hasta alcanzar un clímax casi insoportable, rememorando la sugestión de infinitud de una cinta de Möbius, que Bach ya entrevió en su Ofrenda musical. Con el corazón en un puño, el oyente percibe estos instantes sublimes como una auténtica fractura de la realidad ordinaria, elevándose a otro estado, que no otro es el significado del término éxtasis, el de situarse "fuera de uno mismo", para acceder a un orden distinto de la realidad. No parece abusivo descubrir en ello un reflejo del misterio epifánico, del ansia de espiritualidad, del anhelo de utopía, que distinguen al arte más grande y que enlazarían con la nostalgia de absoluto a la que se refiere Steiner, y que preside la conciencia desgarrada del hombre moderno.
Parsifal nos recuerda que el hombre no puede claudicar en su camino de superación, ante el reto de poner coto a la barbarie, llevando a su pleno desarrollo los valores de la civilización. Si entre las funciones de la obra artística, como vía de conocimiento, está la de suscitar la empatía del receptor, de socavar la costra endurecida de la cotidianeidad, alimentando su sensibilidad, pensamiento y emociones, es ahí donde Parsifal alcanza su verdadera dimensión.