(Este post ya fue publicado en un hilo equivocado. Gracias a quienes amablemente me lo han hecho saber. Disculpen la duplicidad y perdonen mi confusión)
Bueno, pos si nadie se anima, allá que me lanzo, y con eso me estreno:
Al final del túnel
Jadeante, más a causa de la carrera (ñetero cansino bus) que de la expectación –que también–, y con una buena dosis de reticencia, tras la escucha de su último trabajo discográfico dedicado a Bach, que coincidía parcialmente con la primera parte del programa, ocupé por fin la butaca que no me había decidido a arrendar hasta casi última hora. Como cada cual ante un concierto en cierto modo esperado, o del que se tienen referencias previas en disco, uno va provisto con sus alforjas de ideas preconcebidas, y como también suele suceder en estos casos, la realidad, para bien o para mal, raramente se amolda a la horma que uno le tiene reservada de antemano.
El disco en cuestión, un tanto rwaro, a caballo entre el popurrí hitparádico (“Erbarme dich” de San Mateo, “Agnus dei” de la misa en si menor...) y la exhumación de arias de cantatas no excesivamente conocidas ni significativas, y menos aún pensadas para el lucimiento de la voz de la von Otter, trufado de irregulares duetos, sinfonías de cantatas e incluso con un coro suelto (el de la BWV 117) encajado con calzador por vaya usted a saber qué oscura razón, da la impresión general de batiburrillo o de precario andamiaje ensamblado a la carrera y con más mala que buena fortuna. En el debe, aparte de varias arias y duetos sin chicha ni limoná (por no hablar del coro de cuerpo presente), una voz de la von Otter incómoda en el repertorio, destemplada en ocasiones, dando la sensación de pasar apuros de control de emisión y fiato, agudizada por un uso del vibrato a menudo demasiado acusado. En el haber, su sensibilidad exquisita cantando el “Agnus dei” (sólo por eso ya merece la pena el disco) y el trabajo solvente del CoCo (es un presumido, me tiene rendido... disculpen el off-topic torrebrunesco, no he podido evitarlo), que es como suele conocerse a la orquesta barroca Concerto Copenhaguen, de sonido agradable, equilibrado y contrastado, aunque quizás un tanto carente de vigor, sin llegar a caer en lo anodino.
Así las cosas, y al fin arrellanado en mi asiento, viendo salir a escena a esa jaquetona sueca alta, enlutada y de bien llevados 54 tacos (la carátula del Hércules miente pérfida), ya se había instalado en mí esa dulce sensación, híbrida de ternura y melancolía, de que iba asistir a un hermoso recital crepuscular (se me vino a la mente el de Gérard Lesne hace pocos años en el Alcázar) por parte de quien tuvo y retuvo arte a raudales, un recital en que a cambio de cuatro destellos de magia uno perdona toda imperfección. Visto lo visto y escuchado lo escuchado, cifré mis esperanzas en el “Verdi prati” haendeliano de la segunda parte y en algún antológico bis (lástima que “scherza infida” sea demasiado larga para un bis... ¿quizás ”erbarme dich”?, ¿ese “agnus dei” tan sentido?) Y así andaba yo, entreteniéndome con estas cavilaciones hueras, cuando empezó el concierto.
La primera parte –Bach y sólo Bach– fue gélida, y portadora de malos presagios. Y no, no es que estuviera tan mal la von Otter, que incluso sonaba mejor y con menos problemas que enlatada, sino que el miura de repertorio que le habían endilgado era aún menos propicio para su voz que el del disco, y tuvo que despacharlo a capotazos. Para abrir boca, una cantata completa un tanto nifunifá, la BVW 35, cuyo acento recae en mayor medida sobre el aspecto instrumental que el vocal, y que el CoCo no supo aprovechar. Desperdicio de recursos que más parecía deberse a un enfoque interpretativo rácano que a carencias de los músicos, pues la orquesta sonaba bien empastada y trabajados los matices, pero sin brillantez ni brío, muy plana y blandita, siempre tocando a medio arco y éste siempre apoyado sobre las cuerdas, sin apenas ataques, sin garra en el continuo de los chelos y el violone, sin asumir ningún riesgo. Correcto pero soso, en suma. Por entonces, sin chicha en la música y sin chicha en la voz, tras este abrir boca ya hacía el respetable lo propio, de puro letargo. En esto, afortunadamente, surgió como de ultratumba el oscuro, acariciante, místico sonido del oboe de Antoine Torunczyk a sacudirnos un poco y despertarnos de la modorra, en la sinfonía de la cantata BWV 12, elevándose por sobre la metódica planicie de la orquesta. Eso fue lo mejor de la primera parte, junto con el aria siguiente, más intimista y recogida, donde el oboísta volvió a lucirse y la von Otter se encontró más a gusto.
Con el miedo metido en el cuerpo por el tedio que podría suponer no uno sino dos concerti grossi de Haendel tocados sin vigor, afrontamos el inicio de la segunda parte –Haendel, sólo Haendel–. Pero hete aquí que, como un equipo decidido a remontar el partido tras el descanso, el CoCoComenzó a desperezarse, y ayudado de nuevo por su inestimable delantero centro Torunczyk, pareció encarar con algo más de nervio la continuación (a imagen y semejanza de su director, que no paró de contorsionarse, dar saltitos y hacer mohínes, al órgano primero, al clave después, durante toda la velada), acentuando las dinámicas, y se agradecía ver al concertino asumiendo algunos riesgos, aunque a veces su violín sonara destemplado. La von Otter, que había cambiado el luto riguroso por un alegre y vaporoso vestido verde, aunque un puntín hortera, acometió las dos arias siguientes, ambas de Agrippina, con otro talante, pero seguía sin poder remontar el vuelo. Un nuevo concerto grosso relativamente potable sin alharacas... y llegamos a “Verdi prati”.
Con un acompañamiento suave, preciso, suficiente para hacerse notar pero sin eclipsar la exquisita pero pequeña voz de la von Otter, la orquesta estuvo donde tenía que estar, y la mezzo sueca, por fin de los porfines, se salió. Con una lentitud y una melancolía infinitas fue desgranando una a una las notas de la sencilla y bellísima aria de Alcina, y por fin de los porfines, se escuchó una ovación en condiciones, con el público entregado, a su conclusión. Y si ahí demostró la von Otter que tiene voz y talento sobrados para cantar y transmitir sentimiento, en la siguiente aria, de diferente corte, "Resign thy club" de la Deyanira de Hércules, dio una lección de cómo interpretar, exhibiendo una asombrosa variedad de recursos y registros, a cual más grato. Nueva gran ovación y llegamos a los bises, expectantes.
Y, en consonancia con “Verdi prati”, le tocó el turno al “Ombra mai fù”, donde volvió a exhibir una lentitud y una exquisitez sublimes, quizás ligeramente por debajo del listón que alcanzó con la anterior, pero en cualquier caso una bellísima interpretación. Aquí ya el público no dejaba de batir palmas por sevillanas, pidiendo más y más, y aún nos obsequió con un broche bachiano de categoría, aparentemente casi improvisado, con acompañamiento de clave, y que si la memoria no me engaña podría ser (o se le parecía) el “Bist du bei mir” del pequeño libro de Anna Magdalena Bach, obra en realidad de G. H. Stölzel, aunque recopilada por Bach.
Tardó, mucho tardó, pero al final se hizo la luz. Mereció la pena.
Saludos, y disculpen por el mastodóntico tocho. Queda feo, y más siendo nuevo en esta plaza.
_________________ No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Fernando Pessoa.
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