Algunos comentarios de la función de hoy:
Seiffert impresiona en directo por la entrega y el arrojo. Y por la técnica. Es increíble el celo con el que se esfuerza en cubrir todas las subidas al agudo, aunque le lleve a fatigarse demasiado. Él sabe que su gran activo es ese timbre, que aún conserva bruñido, masculino, evocador, y hace lo indecible para mantener su homogeneidad en todo el registro. En una partitura llena de subidas comprometidas, sólo en una ocasión ha desfallecido en su intento y un agudo se le ha abierto un poco. La contrapartida, una fatiga que se va acumulando hasta llegar mucho menos controlado, pero a excelente nivel, al tercer acto, donde el vibrato y la inseguridad en la zona aguda eran más acusados. Un grandísimo tenor y una lección de técnica y estilo wagneriano.
La otra gran figura de la noche ha sido
Gerhager que ha dibujado, de la mano del director de escena, un Wolfram complejo, refinado y exquisito. Su fraseo es rico hasta la obsesión, pero lo que más admira en este hombre es su capacidad de cantar casi siempre con el mínimo esfuerzo, sonando siempre lírico, liviano, cómodo, salvo en algún momento en el que la orquesta le obligaba a ensanchar la voz. Quitando eso, una actuación impresionante, penetrante y conmovedora.
Schnitzer, buena voz, interpretación incisiva, pero se ha quedado a las puertas de mis previsiones (estaba enamorao del Tiefland del Liceo por la arradio).
Braun desastrosa.
López Cobos ha dirigido más atento a los cantantes que otras veces, pero en algunos momentos la pobreza de la orquesta quedaba en evidencia. Al
coro le ha faltado intensidad en algunos momentos, aunque ha cantado bien. La
puesta es un poco de aquí y un poco de allá, todo mezclado. Una muy buena dirección de actores, con detalles muy bonitos, pero una escenografía que no tenía ni una sola idea que transmitir. Iluminación para daltónicos; las cosas bien claras a ver si la gente se nos va a liar.
Pues eso, qué gran ópera y qué gran función.