Tristan und Isolde. Scala. 5/2/2009
La Scala reponía, haciendo coincidir el estreno con la representación número 100 en esta casa de Tristán e Isolda, la magnífica producción fruto del tándem Baremboin-Chéreau, con la que abrió con enorme éxito su pasada temporada. Iba con muchísimas expectativas y no quedaron en nada defraudadas.
La dirección de
Barenboim fue brillante, dominando los claroscuros, logrando de la Orquesta de la Scala un sonido limpio y rico. Su dirección huye del efectismo y juega mucho con las dinámicas (en muy pocas ocasiones la orquesta sonó en fortissimo). En mi opinión, sin ser una lectura especialmente intensa y carnosa de la partitura, ni con unos tempi vibrantes, consigue en gran parte el ideal (o mi ideal) wagneriano en su relación con las voces. Con él los cantantes no pelean por surgir de la masa orquestal, sino que los mece, los envuelve con cuidado, une el sonido de la orquesta a las voces, y hay ocasiones en que ambos llegan a lo más alto del teatro fusionados en un sonido nuevo, penetrante. Toda una experiencia. Quienes estuvieran en el Tristán de López Cobos en Madrid y no hayan escuchado el de Barenboim, que imaginen exactamente todo lo contrario y se harán una idea
Pero fue Waltraud
Meier fue el verdadero objeto de todos mis sentidos a lo largo de la noche. Casi incluso cuando no estaba en escena. A pesar de unos primeros compases algo destemplados, su voz fue ganando cuerpo y presencia. Sin ser de un volumen atronador, la eminencia de una voz riquísima y seductora impregna todo el teatro. Porque su voz no vence por poder, sino por seducción. Con un extremo agudo cada vez más pobre y blanquecino (ya veremos su Brunilda, pero...), su voz se muestra todavía en su plenitud en ese centro carnoso y único. Capaz de las modulaciones más increíbles, logró un momento mágico en la narración de la curación de Tristán en el primer acto, con ese
augen en piano, vibrado, precioso, que no se me olvidará nunca. Por lo demás, arrolladora en escena, encarnando con todo su cuerpo un personaje que conoce como pocas, matizado en cada palabra y en cada frase (qué tono irónico y corrosivo en los compases cortesanos en los que se burla de una futura vida con Marke!). En el tercer acto su voz me pareció algo más tirante para terminar en un buen
Mild und Leise, pero tal vez un poco por debajo de lo prometido. Pero fue sin duda impresionante escucharla como Isolda.
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Ian
Storey sin embargo es poseedor de una voz imposible. Decente en el centro bajo, por arriba es estrangulada, sin cuerpo y en ocasiones al borde del gallo. Su Tristán es insignificante en el fraseo, pobre de carácter y sólo logra cierto grado de empatía en las partes más líricas del tercer acto. He de decir que no lamenté que fuera sepultado por la orquesta en numerosas ocasiones (a pesar del cuidado de Barenboim, como ya he dicho). Por el contrario, su físico encaja muy bien con el tono de la producción, pero con eso no hacemos nada.
El Marke de
Salminen fue imponente. Uno puede entrever en los restos de una voz mayor y gastada la enorme presencia, la facilidad, la riqueza del timbre. A pesar de la guturalidad a la que la edad ha llevado a parte del registro y de la imprecisa afinación en algunos momentos, la voz y el magistral fraseo nos recuerda que Matti es, incluso en su otoño, un dignísimo heredero de Martti.
Lioba
Braun fue una gran decepción como Brangäne. Pasó todo el primer acto luchando contra una voz que no corría, paupérrima en el agudo, que la forzaba a una interpretación siempre desquiciada. Sin embargo, los avisos del segundo acto fueron realmente conmovedores, en un logrado pianissimo. Afortunadamente el Kurwenal de
Grochowski fue mucho mejor. Con una voz muy rica (algo descontrolada en alguna ocasión), dibujó un Kurwenal joven y arrojado, honesto y fiel. Muy bien el joven marinero de
Nigro, y emotivo el pastor de ese pequeño gran tenor que es Ryland
Davies.
Y por fin, otro de los puntales de la representación de anoche fue la feliz combinación de la inteligente y aguda dirección de
Chéreau con la brillantísima escenografía de Richard
Peduzzi. Ya la conocía del vídeo del año pasado (por cierto, tengo que revisarlo porque creí notar algún cambio de dirección y tal vez algún elemento nuevo deescenografía, pero ahora no estoy seguro), pero en directo cambia bastante. En primer lugar la labor de Chéreau (todo lo que he visto, en vídeo claro, de él me ha encantado; el magnífico Wozzeck, su última Casa de los muertos...), absolutamente brillante, estudiadísima, que comprende a la perfección la complejidad y la hondura de la obra. El movimiento escénico es enérgico, utilizando como pivote a una Isolda siempre en primer plano, que sufre, que reacciona ante todo lo que ocurre, incluso cuando no forma parte de la acción directa. Un detalle furtivo da idea de lo minucioso y lo inteligente de su concepción. Cuando Brangäne va a comunicarle a Tristán las palabras de Isolda, un marinero sin camisa (como varios de sus camaradas) se acerca a la proa donde se ha quedado Isolda a darle un vaso de agua. Cuando se lo deja en el suelo y ella le mira a los ojos, él se incorpora despacio, retrocede lentamente hacia el grupo de marineros y parece mirar intensamente a uno de ellos. Lentamente se pone la camisa, como si el contacto directo con Isolda le hubiera provocado pudor ante su propia desnudez. O tal vez, un escalofrío que le ha hecho cubrirse con algo. En todo caso, con un solo detalle el director dibuja, con la misma intensidad que la música, el poder insondable de Isolda, la intensidad de su mirada, la fuerza de su presencia. Sin duda el espectador comparte (como yo compartí) el escalofrío con el buen marinero.
<p align="center"><img src="http://accel21.mettre-put-idata.over-blog.com/0/28/08/82/2008-2/patrice-chereau-critique-fw.jpg" height="300"><img src="http://www.radiofrance.fr/chaines/france-culture2/emissions/toutarrive/photos/405121307-photo.jpg" height="300"></p>
A ello hay que unirle una escenografía magnífica, constructivista, de formas fuertes, lineales. En el primer acto juega con una sugerente pared de fondo, que tiene en sus carnes marcas de las construcciones anteriores (algo a lo que historiadores del arte, arqueólogos y arquitectos estarán acostumbrados), pequeños huecos, la línea de un antiguo tejado contiguo. De esta especie de
pared del tiempo surge el barco del primer acto, un barco mercante, que corta con la tradición de los barcos normandos utilizados para representar Tristán e Isolda. En el segundo y tercer acto juega con elementos arquitectónicos separados y móviles, que crean espacios de ladrillo desnudo (me recuerda mucho a los descomunales espacios de ladrillo del Satyricon) tan atemporales como sugerentes. La iluminación, por otro lado, marca territorios, define, juega con el texto y nos traslada a esa noche del segundo acto, que es oscuridad pero también claridad lunar. El único problema es que el primer acto está hecho para ser visto desde el frente, y a una altura más bien baja. Desde el loggione la cubierta estaba demasiado iluminada y se perdía el contraste, a parte de que no se veía lo alto del cuerpo del barco-edificio. Bueno, ved el vídeo del año pasado (fácilmente accesible por internet, o en dvd ahora a muy buen precio) y pasad de mis comentarios.
En definitiva, un Tristán bebodable. El público agradeció entusiasmado la dirección de Barenboim y la encarnación de Meier. Algún abucheo muy discreto para Chereau, en medio de una aprobación general, y aplausos correctos para el resto.
Y luego, claro está, el mito. La sombra inquieta del director proyectada sobre los palcos de la Scala, las siluetas negras recortadas sobre el rojo del loggione, la bombilla fundida de la lámpara, el reloj... el templo de la ópera. En una compañía muy muy especial. Aunque fuera una pena que Spinoza, que también tenía la espinita clavada de la cancelación de Meier en Madrid, no estuviera. Te espero en Madrid para la siguiente cita de ópera
Como más foreros han visto y van a ver estas funciones, me quedo tranquilo porque comentarán mis olvidos y corregirán mis errores.