Salvo mayúscula sorpresa ayer dimos carpetazo al año operístico. Con el cuerpo hechounos zorros por la paliza del dia anterior me dirirge sin demasiadas ganas al Teatro Arriaga en la confiaza de que Rosini me ayudara a sobrellevar el cansancio.
Una vez más, reencuentro con foreros de la zona; a algunos los veo más que a mi familia. Y una cuestión, no se si justa o injusta, si racional o irracional, pero cuando voy al Arriaga voy con una actitud más "benevolente" que cuando me dirijo al Euskalduna. Veremos más adelante por qué comento esto.
La función, en general, la disfrute en aplicación de tal benevolencia. escenicamente, la produccion de Sagi es muy conocida: una plataforma sobre el foso en la que solo disponemos de nueve hamacas y unas pequeñas sillas y mesas que son el único soporte físico de la ópera. En ambos laterales una mínimas plataformas sobresales y tenemos un teléfono a la izquierda del espectador. Todo muy blanco: mobiliario, albornoces, calzoncillos, etc. Luego, todos los trajes de gala negros.Nada más.
Vocalmente, la función tuvo muchas sombras y alguna que otra luz, siquiera intermitente. Como sabeis que el reparto es infinito, seré telegráfico. Auxiliadora Toledano, la última vencedora del Viñas, fue Corinna y su gran intervención del final no me gusto en exceso: con muchas intermitencias, bruscas respiraciones, forzado o quizás comprometida pero a mí, y se que hay quien me discutirá, no me gustó. mejor en la escena de la entrada. Lola Casariego supuso una gran decepción, con la voz muy agrietada, como avejentada. Rocío Ignacio tiene un pase en la zona media pero en cuanto la partitura escala, aparecen todos los problemas: no hay fiato, se grita, etc. El sobre agudo final sobraba a luces vista. Y traer a Ellie Dehn para la Madame Cortese habría de ser analizado en una nueva dimensión. Incomprensible.
Las mejores voces fueron las de Shi Yijie, belfiore y Maxim Mironov como conde de Libenskof. El primero, además de cantar con gusto, hzo un papelóin persiguiendo a la Ignacio en calzoncillos por el escenario. Lo hizo muy bien, lejos de ese estereotipo de "cantante asiático rígido como un armario". Vocalmente, la voz se torna liviana en la zona aguda pero me gustó: es muy joven y puede hacer cosas interesantes. La mejor voz, sin duda, fue la de Mironov, pero... cuando se le oye. Todo la parte primera la pasó como si estuviera haciendo ejercicios de mandíbula, porque sonido no llegaba a mi butaca. Sin embargo, tras el descanso su alarde rossiniano en el duo fue lo mejor de la noche, con gran diferencia.
Los bajos: ¡ay, los bajos! El que más me gustó, el que estuvo más cantante (tambien aquí tuvimos discusión a la salida) fue David Menendez, el Lord. Vale, no es Ramey, pero cantó. Los otros dos, Savio Sperandio y Valeriano Lanchas, Don Profondo y Trombonock respectivamente, son unos hijos de Corena. Y el barítono Troy Cook, Don Alvaro, es otro misterio.
Del resto, en los papeles menores, destacó, y con mucho, Marifé Nogales (Maddalena).
Alberto Zedda dirigió, una vez más, este Rossini. Hubo varios despistes entre cantantes y foso y un compañero decía que, quizás, el problema era tan trivial como que por la disposición del escenario los cantantes, todos muy jovenes, podían tener problemas para ver al director. Lo desconozco.
Muy cansados, pero sin callar, hablando de ópera. Así acabamos la noche y el año operístico.
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