Haré algunos comentarios sobre la regia de Michieletto; me parece el único aspecto a destacar de esta Butterfly del Teatro Real que ha resultado una función aseada y de pasar el rato, sin más.
Me gustó mucho que Pinkerton no vaya de uniforme militar. !Un diez para Michieletto y que cunda el ejemplo!. En general los tenores andan con sobrepeso por los escenarios y no hay cosa más ridícula que un señor orondo metido o embutido en un uniforme blanco de marino de guerra, hecho para realzar el talle del guerrero y no para que el divo marque la tripa.
Esto es lo único que me gustó de la propuesta escénica. El resto naufraga bastante porque el regista no sabe si Pinkerton es un depredador sexual, o un imperialista agresivo, o las dos cosas a la vez, o ninguna realmente. Esto es grave, porque Puccini tenía las ideas escénicas claras, pero Michieletto no las tiene.
En tiempos de Puccini no existía el turismo sexual. La prostitución era algo muy general, tolerado y frecuente en París, Roma o Madrid. No había aviones, nadie iba a Tailandia a acostarse con chicas de quince años: las tenía a mano en los burdeles de cualquier ciudad europea.
En tiempos de Puccini los norteamericanos ya apuntaban maneras de meter las narices por medio mundo pero todavía no habían lanzado una bomba atómica sobre Nagasaki, la ciudad de Cio-Cio-San.
Michieletto sabe cosas que ahora sabemos, que Puccini ignoraba, y las mete en la obra. Pero duda sobre cómo usarlas. Mientras Pinkerton canta lo bonito que es ser un yanki vagabundo, pasan un largo video con los cadetes de West Point desfilando, la testosterona y el ardor guerrero invaden el escenario. Por un momento pensé que Michieletto sacaría a MacArthur recibiendo la rendición de Japón en 1945, o que sacaría al hongo atómico sobre Nagasaki la mañana del 9 de agosto de 1945. Pero no, a tanto no se atreve el regista. Se muestra el músculo militar de los EE.UU. pero sin llegar a ver su aplicación en Japón. ¿Entonces Pinkerton es un guerrero tipo Conan el Bárbaro que atropella a las vírgenes de las tribus sometidas? Pues no exactamente, porque Michieletto deja pronto el militarismo y se entrega al ambiente de los burdeles del sudeste asiático. Aquí las chicas cobran, de modo que el ardor guerrero sobra y lo que importa es la tarjeta de crédito para comprar sexo a discreción. Pinkerton se nos convierte en un señor con pasta, dispuesto a pasárselo bien de vacaciones.
Supongo que Michieletto pensará que así fustiga al militarismo de EE.UU. al turismo sexual y no sé a cuántas cosas más. Yo creo que todo queda abigarrado y caótico, porque a la pobre Cio-Cio-San le gusta Pinkerton de verdad, no por su ardor guerrero, ni por su dinero, sino porque viene de una cultura que la pobre Butterfly piensa que es una cultura superior a la japonesa. ¡Hasta se cambia de religión! Ni es una puta ni es una mujer violada por un ejército invasor. Es una chiquilla enamorada, eso lo vio Puccini pero Michieletto debe pensar que las mujeres no se enamoran. En fin, allá él.
Finalmente, me hizo gracia ver al tío Bonzo en una silla de ruedas. Quizá hubiera sido más potente que estuviera ciego y le condujeran dos monjes (el libreto dice que Bonzo entra en escena acompañado de dos monjes), pero se parecería demasiado al Gran Inquisidor de Don Carlos y supongo que por eso Michieletto le sienta en una silla de ruedas.
Saludos
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